Nos seguimos movilizando: la revolución será feminista o no será

76 - Nos seguimos movilizando. La revolución será feminista o no será nostalgia. Sin lugar a duda fueron meses únicos y que estoy profundamente agradecía de haber podido estar ahí, de haber ingresado al campus, a la Facso en la que llevaba trabajando más de una década, mostrando mi identificación a jóvenes valientes que nos obligaron a desarticular las amarras sexistas que nos habíamos acostumbrado a naturalizar y minimizar. Vi, escuche, baile, asistí a talleres de autodefensa, de yoga, di seminarios de violencia de género, desayuné, almorcé y me fui algunos días tarde, muy tarde con el alma alborotada. Discutí, escribí petitorios, hice muchas cosas, siempre en compañía solidaria, aprendí una eternidad. La toma feminista fue una concreción certera de lo que significa llevar a cabo politicidad y domes- ticidad. Inevitablemente traigo a mi memoria la Womanhouse liderado por Judy Chicago y Miriam Schapiro quienes en U.S.A en los años 70’, impulsa- ron un proyecto transgresor para la época: invitar solo a mujeres artistas a habitar una casa y en esa experiencia del habitar y compartir colectivamente, dejar emerger una creación propia, aquella misma que había sido condena- da y clausurada desde los sitios oficiales como las escuelas de artes, los mu- seos y galerías. Hablar sobre sus experiencias cotidianas como mujeres fue el mismo combustible para impulsar sus acciones y obras. Esa vivencia del arte se traslapa con la toma feminista, con esa demanda de educación anti-sexis- ta haciéndonos creer que es posible transformar la universidad en espacios de formación crítica, que tenga como imperativo una liberación política y la emancipación de las doctrinas genéricas (…) pensar nuevamente en una utopía. La toma feminista fue un vehemente ejercicio de la palabra que preten- dió combatir las leyes del silenciamiento impuestas a las jerarquizaciones sexo-genéricas, de clase y de raza al interior de la universidad, quizás podría aventurar, sin caer en la exaltación, de que fue una reclamación corporal (¡y no por ello superficial!) que visibilizó la instalación de aquellas subjetivida- des avasalladas y humilladas al colocar en el centro sus discursos y agendas, que hasta ahora la historia había proferido en su contra. La toma nombró un malestar que no tenía nombre. La toma catalizó enojos, frustraciones, decepción sobre como los espacios universitarios segre- gan, excluyen e incluso humillan y violentan a las mujeres y las disidencias, pero sobre todo fue alegre y utópica, porque puso en el imaginario futuro pensar e imaginar universidades amplias, plenas, diversas, disidentes y espe- remos que rebeldes.

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