Salud mental universitaria: voces, trayectorias y prácticas situadas
268 • SALUD MENTAL UNIVERSITARIA des de participar en el abordaje de problemas comunes. Una segunda característica es el valor asig- nado a lo comunitario como una vía legítima para abordar problemáticas. Al respecto, la Facultad en su Programa de Desarrollo Institu- cional (2019-2024) (Facultad de Ciencias Socia- les Universidad de Chile, 2019) ha declarado y dispuesto la voluntad política de promover esta dimensión, lo cual establece un primer soporte para el trabajo. Pues bien, la voluntad política para el tra- bajo comunitario debe lograr traducirse en conceptos, métodos, acuerdos y acciones que apunten a la constitución de una perspectiva transversal. En específico, la salud mental ha sido una de las temáticas que la DAE se ha es- forzado por tramitar desde esta lógica. Para ello se han considerado aristas como: la vida universitaria (convivencia y participación), el abordaje colectivo de malestares estudianti- les (grupalidad), la colaboración y las alianzas organizacionales (con otras unidades tanto al interior de Facultad como fuera de ella), entre otras. El estudiantado y la comunidad: de clientes a actores Para pensar en la instalación de procesos comunitarios en Salud Mental deben existir primero criterios y condiciones básicas, que aseguren la colaboración, logren el estableci- miento de acuerdos políticos comunes, hagan posible la creación de lazos de confianzas y permitan compartir la responsabilidad de la labor. En este sentido, la Dirección de Asuntos Estudiantiles ha definido que el trabajo comu- nitario en base a la participación de los miem- bros constituye un elemento central, toda vez que éstos se posicionen como sujetos activos, dispuestos a vincularse con otros y a compartir colaborativamente las labores en pos de un objetivo común (Allende, 2019). Sin embargo, la constitución de este principio es un reto de orden cultural, de largo aliento, cuyo princi- pal obstáculo es el perfil que predomina entre los/as estudiantes actuales. La educación de mercado ha transformado al estamento en una clientela que ha adoptado los valores de la ideología neoliberal: el perfil de estudiante actual no es el de un/a sujeto/a con compro- miso social, sino más bien, el de un individuo que ingresa a la Universidad como usuario de un servicio educativo (Allende y Jara, 2020). Esta concepción clientelar, propia de una educación mercantilizada, alcanza una mate- rialización que logra expresarse en prácticas cotidianas complejas. Para graficarlo mejor, podemos nombrar la conducta habitual en que el estudiantado tramita sus malestares por medio de demandas unidireccionales hacia la institución; es decir, al momento de enfren- tarse a una problemática o necesidad, ya sea curricular o asociada a la vida universitaria que lo afecte, no ofrece su colaboración, ni se considera como un actor capaz de ser parte del abordaje de aquello que le aqueja, si no que exige a la institución la solución de éste. El hábito de demandar la solución de los problemas constituye una dinámica que se en- cuentra fuertemente instalada en el estudian- tado y que se contrapone de manera radical a la perspectiva comunitaria para el abordaje de las necesidades. Esta lógica ha podido ser constatada en el modo en que se han levantado las movilizaciones estudiantiles motivadas por
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