Salud mental universitaria: voces, trayectorias y prácticas situadas

256 • SALUD MENTAL UNIVERSITARIA tiva, laboral o de integración social de la persona cuando, considerando en conjunto su rendimiento en las áreas intelectual, emocional, conductual y relacional, se estime que dicha capacidad es igual o inferior al setenta por ciento de lo esperado para una persona de igual edad y condición social y cultural” (Subsecretaría de Seguridad Social, 2017, párrs 5-6). (las cursivas son nuestras). De esta forma, la idea de discapacidad se sostiene de manera profunda en una creencia devaluadora de ciertos funcionamientos. Capacitismo ha sido el nombre con el cual se ha denominado a esa red de creencias, procesos y prácticas que producen una clase particular de sujeto y de cuerpo que se proyecta normativamente como lo perfecto y típico de la especie, y, por lo tanto, como lo que es esencial y plenamente humano (Campbell, 2008, p. 44 en Toboso, 2017, p. 72), e instala la idea de un funcionamiento único, íntegro, capaz como parámetro para medir lo normal en las instituciones. Desde una mirada comunitaria de la salud mental, es preciso pensar sobre las capacidades y competencias requeridas para participar de la convivencia común, entender de este modo cuáles son las condiciones de posibilidad que permiten a un cuerpo ser parte de unmundo. La convivencia en la vida universitaria requiere de un cambio de paradigma, que reformule las definiciones de éxito social, productividad y eficiencia que se fundamentan en la capacidad como atributo de un cuerpo indi- vidualizado. Un funcionamiento, por el contrario, pone el acento en la interacción que sucede entre un cuerpo y su entorno, el cual habilita o impide la posibilidad de participar en condiciones semejantes a todos sus miembros (Toboso, 2017a). La visión social negativa de la discapacidad visibiliza a este grupo desde una injuria (Serrano, 2021), el menosprecio de sí mismo/a/e los/as/es confina a la mar- ginación, la soledad, el silencio y/o a la exposición de un sufrimiento patente en el cuerpo diferente (dañado omutilado, en falta) o en una “triste historia” (para el caso de la discapacidad psíquica). En cualquier caso, la narrativa de identidad producida se construye en torno a “un sentimiento de culpabilidad propia ligado a la posesión de un cuerpo defectuoso, desagradable, inutil, carente de belleza, triste y decrépito” (Toboso, 2017a). Si bien sabemos que las barreras que enfrentan las instituciones de educación superior giran en torno al predominio de un paradigma centrado en el déficit, la falta de protocolos, la carencia de competencias docentes y un acceso universal arquitec- tónico limitado (Maldonado, 2019), podemos afirmar que el rol de la comunidad juega

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