Salud mental universitaria: voces, trayectorias y prácticas situadas

SALUD MENTAL UNIVERSITARIA • 205 en sus oportunidades laborales, en peores remuneraciones y mínimos puestos de decisión. En este contexto, se ha evidenciado que la dimensión género es relevante para identificar las problemáticas de salud mental que afectan al estudiantado, y se ha puntualizado que el malestar psíquico se relaciona en forma significativa con ser estudiante mujer (Fritsch, et al., 2006; Matud, et al., 2003). Estas diferencias se manifiestan también en el marco de la pandemia por COVID-19 (Cepal, 2020; Ari- za-Sosa et al., 2021), donde se evidencia que las estudiantes mujeres presentaron significativamentemayor sintomatología depresiva y ansiosa y un empeoramiento del estado de ánimo, y que puede interpretarse este deterioro en relación a las mayores responsabilidades asignadas con respecto al cuidado de otras personas (Mac-Ginty, Jiménez y Martínez, 2021). Sin embargo, pese a que producto de la pandemia se han profundizado las difi- cultades para responder a las necesidades de cuidado de la población, la delegación de esta labor a las mujeres no es historia reciente. Junto a la transición a las socie- dades modernas se instaló la devaluación, invisibilización y relegación del trabajo de cuidados al ámbito privado-familiar, se asignó a las mujeres como las responsa- bles “naturales” del cuidado y se ocultó la importancia del sostenimiento de la vida para el funcionamiento de las sociedades (Lagarde, 1997 y Carrasco et al, 2011). Así, posteriormente, frente a la incorporación de las mujeres al mercado laboral como tendencia mundial producto de las necesidades de expansión capitalista, sumada a los múltiples cambios sociodemográficos que acrecientan las demandas de cuidado y una débil institucionalidad que respondiera a esta demanda, se comienza a plantear un quiebre en el supuesto equilibrio de la división sexo-social del trabajo, que da paso a la denominada “crisis de cuidados” (Liva, 2015; Lagarde, 2003, Arriagada, 2011). Esta crisis ha puesto en evidencia que las necesidades de cuidado existen y que han sido respondidas de manera no remunerada y sin reconocimiento por parte de las mujeres que ejercen esta labor durante siglos. Si bien vimos surgir en los años 2000 el supuesto logro del igualitarismo de mujeres y varones en el espacio público, la crisis social de los cuidados, y la pandemia en particular (Cepal, 2020), no hacen más que demostrar que la situación experimentada en el espacio privado está lejos aún de superar la desigualdad, lo que se expresa en las dobles o triples jornadas de las mujeres, que sobrecargan y precarizan la calidad de vida de las mujeres (Pérez, 2006). No obstante, esta crisis de cuidados es solo una de las expresiones, un síntoma, de una crisis global, sistémica y civilizatoria producto de la expansión del sistema capitalista, en la cual se evidencia un deterioro de las condiciones de vida y un au- mento de la precariedad y las desigualdades sociales, que desgastan las redes y limitan los recursos para cubrir las necesidades de cuidado de las sociedades (Fraser, 2016; Pérez, 2014). En ese sentido, la crisis de los cuidados da cuenta de la agudización del

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