Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"
EL MALDITO CÍRCULO Autora: Ana Maria Rojo Redoles Hoy cumplimos un año de casados, arrendamos un departamento interior en una casona antigua del barrio Yungay, yo trabajo como manipuladora de alimentos en una escuela básica, él es jardinero de plaza, dicen que hasta la orquídea más veleidosa florece en sus manos. Al día siguiente de nuestro matrimonio, compramos un stock de preservativos y píldoras anticonceptivas, lo habíamos decidido cuando en nuestros primeros días de pololeo fuimos descubriendo nuestras bocas, no seriamos padres hasta que nos pudiéramos besar en la boca, sin olores, sin dolores, sin huecos por llenar, sin vergüenza, nos habíamos prometido recibir a nuestros hijos con carcajadas de felicidad, dejaríamos de usar bufandas y bigotes, despejaríamos esa zona, dejando atrás nuestras bocas desdentada. Aprender cuando ya somos adultos es difícil, los hábitos parten desde la niñez, solo nos habían enseñado a enjuagar la boca con agua fría y sal, lo que provocaba unos dolores que venían desde la raíz del hueso, nos pasaban palos de fósforos o lo que fuera, cuando un pedazo de pan, o un caramelo se quedaba atrapado en el socavón de una muela careada, si por descuido llegábamos hasta la raíz, uno podía llegar a perder la conciencia. En mi familia como en la de mi compañero, todos los mayores de 20 años lucían un despoblado digno de una guagua recién nacida, con la gran diferencia que en nosotros nos apaga la vida, mis padres, mis hermanos, mi abuela, los primos de Ovalle, teníamos un rostro avejentado, encías rojas e hinchadas por infecciones que no se trataban, cuando ya el dolor traspasaba todos los umbrales, partíamos desfigurados donde la Doña para que extrajera la pieza número tanto. Mis padres eran personas nobles, solidarias, sensibles, lamentablemente el círculo de la pobreza no los quiso soltar hasta el dia de su temprana muerte, vivíamos en un pueblo cercano a la cordillera, alejado de toda civilización, las enfermedades se trataban a la usanza de Doña Edelmira, experta en refregar el poto de una mosca en un orzuelo, en cucuruchos de papel de diario prendido para el dolor de oídos, en cataplasmas de barro caliente para la hinchazón de la cara, y así una infinidad de remedios caseros, que en más de una oportunidad nos salvaron de la muerte. Ya de grandes mi compañero y yo, entendimos que debíamos dar la pelea, con todo lo que tenía que ver con la dignidad de las personas, fue así que nuestra prioridad fue inscribirnos en el consultorio para atención dental, lo primero que nos dijeron fue, esto va a demorar a no ser que vengan a las 6 de la mañana por urgencia y consigan número, lo otro importante, acá no se hace tratamiento de conducto, solo extracciones y tapaduras menores, decidimos esperar el tiempo necesario. A los tres meses nos llamaron, teníamos hora a las 5.30 de la tarde, con la doctora Soto. Partimos de punta en blanco, ya contábamos desde la época del pololeo con cepillo de dientes, que renovábamos cada dos meses, dentífricos que certifican su calidad, hilo dental y enjuagues bucales, productos que hasta los 30 años no conocíamos, a pesar que ese gasto nos sacaba del escuálido presupuesto que lográbamos reunir con dos sueldos mínimos. Esa tarde cada uno cepilló sus pocas piezas dentales rabiosamente para borrar todo rastro de mal olor, los dos éramos figuras armónicas, mi marido era guapo y yo su bonita de ojos grandes. 4
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