Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

consulta, a quien en su ficha dental nombré de otra forma apelando así al sentido de compartimentación. Creo que por algún momento pasó por mi mente, pero no lo quise creer. No quise pensar que esa sería la última ocasión en la que nos veríamos de esa forma. Mi ingenuidad juvenil no me dejó invitarte a un café, mi credulidad veinteañera no me permitió abrazarte más tiempo de lo que me hubiese gustado cuando nos despedimos, aun cuando sentí tu profundo agradecimiento con el tacto de tus manos acariciando mis mejillas. Hoy te abrazaría tanto y más. Mi historia y mi presente no serían los mismos sin ti. La tarde en la que me llamaron y me reencontré con tu nombre, comprendí que ya te habías ido. Tu cuerpo devuelto por un mar indomable se manifestaba como un gesto de la naturaleza que gritaba por revelar las verdades más desgarradoras de nuestra historia. Tu rostro desfigurado para borrarte, tu lengua mutilada para acallarte, las heridas punzantes en tu piel, tus huesos quebrados, las quemaduras en tus manos que intentaron ocultar tu identidad, todo ese dolor inmenso, toda esa sangre derramada, toda esa tortura brutal e inhumana, fueron la prueba inicial y tangible que el mundo necesitaba para revelar que en este país se dibujaba un infierno, para gritar a viva voz que en esta larga y angosta faja de tierra se vivía una pesadilla sonámbula que desde ese día podía comenzar a despertarse lentamente. Ese día en el que logré comprobar tu identidad no fui ayudado ni por la imagen que tenía de tu rostro, ni por la memoria borrosa que recordaba de tu vestir. Esa tarde en la que evoqué tu voz y reconocí tu sombra, fui dirigido por la acción de un momento en el que decidí darte una mano. La corona en la pieza 11, la extracción de la pieza 4 y las respectivas obturaciones que te había realizado fueron mi confirmación. Y ahí estaba tu entereza, ahí fue reapareciendo el rostro de la compañera elegida, ahí se volvían a dibujar con un pincel de justicia los ojos de la militante que abrazó a una estrella, ahí surgía con un acto de dignidad la sonrisa de la profesora tierna, ahí emergía y se quedaba para siempre la mujer que se transformó en la primavera de Chile. Dedicado a la profesora Marta Ugarte y al Doctor Luis Ciocca. 63

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