Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

LA CURVA QUE COMUNICA Autora: Eva Valentina Sánchez Bolívar Desde chica lo que más hacía era sonreír. Paulina, según su mamá, no necesitaba hablar para comunicarse y aún así cualquiera podía entender lo que ella quería expresar. ¿y cómo era eso posible?, la respuesta: ella hablaba en el “lenguaje de la sonrisa”. Ese gesto lleno de alegría que realizaba con su boca, era como su tarjeta de presentación. Lo más característico de Paulina siempre fue ese gesto, desde niña era recordada por la pequeña curva que bañaba su rostro, mientras enseñaba a todos la unión de sus pequeñitos dientes que parecían perlas relucientes. Había algo que siempre deseó Paulina, eso era viajar. Siempre quiso conocer otros lugares, diferentes culturas y nuevas personas. El día que por fin logró emprender el primer viaje de muchos que significaban su anhelo. Buscó un destino que la apasionara, ese fue París, ella emocionada al igual que en su país, sonreía por las calles expresando ese entusiasmo que se apoderaba de ella cada vez que a su mente llegaba el pensamiento de viajar; caminaba por las calles entregando esa tarjeta de presentación a cualquiera que se le cruzara, era como si estuviera repartiendo volantes pero la diferencia de su acción con aquella actividad que se realiza con el fin de hacer publicidad era que: como sabrán, muchos de nosotros alguna vez hemos rechazado ese trozo de papel, cosa que nunca ocurría con su sonrisa y que además de ser recibido, las personas lo respondían, con otra sonrisa claro está. Esto no era publicidad, era más bien como entregarse correspondencia. Para Paulina visitar Francia era todo un reto, el idioma no era manejado por ella, y para ser honesta consigo misma, ella no entendía nada de lo que querían decirle,no podía ni darse la más mínima idea sobre que le comunicaban, a pesar de todo el esfuerzo que hacía. Sin que eso le impidiera disfrutar su estadía, igual se paseaba en las calles de París a través de los sitios de interés que posee la metrópoli: caminar entre los Jardines de Luxemburgo, visitar la torre Eiffel, fotografiar el arco del triunfo y tantas otras atracciones que hay en la capital. Pero había algo, una sensación que no dejaba a Paulina disfrutar plenamente el paseo, cada vez que quería preguntar por una dirección, cada vez que a ella (como buena conversadora que era) le daban ganas de charlar con algún parisino o parisina que se topara, una frustración, un sentimiento de opresión se apoderaba de ella, todo gracias a su desconocimiento del idioma. Su niña interior, aquella que no paraba de hablar y que se sentía completa cuando lo hacía, de pronto se sentía encerrada, lo mínimo que podía hacer era una mueca, la falta de movimiento de su boca le comenzaba a provocar una molestia, le daba la impresión de de que sus labios poco a poco estaban pegándose. Fue en el Museo de Louvre (cuando miraba las distintas obras que el museo ofrece) que ella tropezó con un joven. Algo instintivo de ella, (parte de la educación que le dieron sus padres) fue soltar una “disculpa”, en español, pero debido a que hace mucho que no realizaba esa acción tan necesaria para el ser humano como lo es 56

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