Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

Tras noches en vilo, Isabel tenía a todo su séquito con enormes ojeras y sin poder dormir. La dulce adicción trajo problemas en sus dientes, y estos hacían sus propios berrinches. Hubo alertas y advertencias, pero nadie lo creyó. Aquella osadía no parecía la misma. Ofuscada en medio del dolor, la reina de los berrinches ahora sólo detenía su llanto, mientras movía sorbos de agua con sal entre el oleaje de sus salivas. “¡Déjenme dormir!” gritaba Isabel en medio de los balbuceos de su inconsolable llanto. Todos presenciamos la infamia del apetecible dulzor de su habitual menú y las súplicas que la reina de los berrinches hacía a sus implacables verdugos. Nunca pensó en que algún día tendría que pagar el precio de sus excesos. Mucho tiempo pasó. —Si no tienes Click-Berry, entonces dame los mentolados—dijo Isabel a Don Fulgencio, mientras dejaba ver su lengua pasearse entre sus encías desnudas. Al recibir los cigarrillos añadió sonriendo—: Mañana pago todo lo que te debo. 54

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