Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"
ISABEL: LA REINA DE LOS BERRINCHES Autor: Marcelo Torrealba Meza Paseando la dulce paleta por el brazo de su compañera de juegos, así encontraba Isabel una nueva forma de entretenerse. Con rebeldía y cierta crueldad, Isabel era una niña que disfrutaba simplemente ver llorar a los demás. Cualquier intento para reprenderla era propiciar el enérgico y más ensordecedor llanto que usted y yo jamás hemos escuchado. Una particular mezcla que partía con el graznido de un cuervo y que desembocaba en el sonido de una jauría de hienas. Un berrinche que hundía el rostro de mi mamá en la vergüenza, en tanto mi papá huía. Simplemente escapaba mientras cubría sus oídos con lo que fuese que tuviese en sus manos. Había cierta manipulación perversa en cada ataque de ira de Isabel, pero yo que la observaba siempre muy de cerca, debo reconocer que admiraba de algún modo su osadía. Isabel era mi hermana. Isabel, la que reprueba los exámenes. Isabel, la de aspecto desaliñado. Isabel, la que odia jugar con muñecas, pero adora jugar al trompo y las canicas. Isabel, la reina de los berrinches. De dulces ropajes con salsas de chocolate y frambuesa, Isabel retornaba a casa con sus manos viscosas del néctar de aquellos días. Los caramelos de miel y centro de avellanas eran sus favoritos. También parecía muy entretenida con la boca llena de chicles y ciertamente daba a todos momentos de verdadera paz cuando solo se dedicaba a hacer bombas, mientras lamía la plasticidad que explotaba en su rostro. Nunca supo hablar mientras tenía un dulce en la boca. Alguna vez alguien le dijo que era de mala educación y ella tal parece, quiso parecer obediente aunque fuese solo a través de esos momentos. — ¡Ahí viene la berrinchuda! — Exclamaba Don Fulgencio mientras asomaba una pícara sonrisa, cada vez que veía llegar a Isabel. Don Fulgencio -el dueño del mercadito de la esquina- tenía instrucciones de atender sus dulces caprichos a cargo y cuenta de mi papá. Mi papá odiaba ver llorar a Isabel y evitaba a toda costa ser parte de sus rabietas. En ocasiones decía—: Mujer...Isabel tiene dos bolsas de Bubble-licious ¿Será que tenemos dos minutos tú y yo a solas antes del próximo berrinche? Sentada en medio de la alfombra repleta de diminutos envoltorios, Isabel deliraba entre juegos y fantasías en tanto explotaba bombitas con el último chicle del día. El último chicle del día fue siempre el último de muchos intentos. Cautiva entre la atomizada energía que le proveía el azúcar, Isabel parecía sufrir e iniciaba el espiral de los berrinches por causa de no tener más dulces qué comer. Para detener sus pataletas, papá le complacía dándole más dulces e Isabel entre sollozos, solo así lograba calmarse. Volvía a gatillarse el dulce impacto entre sus travesuras y excesos con el resto de los niños, e intervenía luego mamá para disciplinarla. Acto seguido, Isabel iniciaba el berrinche en una versión más potente y corría mi papá en sentido opuesto, para luego volver con algún edulcorado aditivo. 53
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