Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

EMPANADAS Autor: Eduardo Andrés Negrón Yáñez El reloj marcó las 7:00 AM y de un salto me levanté para ducharme, cepillarme los dientes y salir como de costumbre a la oficina. Parecía un día normal para todos, pero para mí era el día que había acordado como primera cita con una chica que conocí a través de una red social y que, después de unas semanas hablando, decidimos conocernos en persona. El reloj marcaba ya las 8:00 horas cuando iba en el bus, todos con cara de sueño y esperando llegar pronto a la parada que los deje cerca de su destino. Debo reconocer que pienso a veces el hecho de que algunas personas parecieran no tener el hábito de cepillarse bien los dientes por las mañanas, y tratan de disimular con cigarrillos y pastillas de menta el mal aliento, pero creo la cosa así les queda peor. Exactamente a las 9:00 horas marqué mi llegada a la oficina, ubicada en dependencias de una empresa internacional en el barrio industrial de Santiago, donde trabajan muchas personas que hablan en diversos idiomas, utilizando sus bocas y manos para dar a entender sus ideas y pensamientos. Ya sentado en mi escritorio, Juan, mi compañero de oficina, amigo y una verdadera enciclopedia de lugares para pasarlo bien en Santiago, me estrecha la mano para saludarme y me ofrece nada menos que una empanada de pino. Ten, la acabo de comprar allí afuera al viejito del carrito – me dice con una sonrisa- me las recomendó Pedro y dice que “no se repiten…” “¿Quién pudiera resistirse a semejante ofrecimiento un lunes, y a ello sumado el hecho de no haber desayunado?” – pensé - así que la tomé y con un café doble me la comí rápidamente. Ya el reloj marcaba las 13:00 horas y salía a almorzar, cuando me di cuenta que la empanada me dejó el aliento a cebolla, así que preferí comprar un menú sencillo para llegar “con el estómago liviano” a mi cita, acordada para las 20:00 horas en un local en el centro. ¡Uy!, ya eran las 15:00 horas y seguía sintiendo en mi boca el sabor de la cebolla y la empanada. Odiaba a Juan y su “recomendación”, pero ya era tarde y, de todos modos, “a caballo regalado no se le ven los dientes…” Pasaron las 16:00 horas y ya llevaba 3 idas al baño para cepillarme los dientes y nada… el sabor a cebolla seguía ahí. Juan me recomendó ir por un café cargado, tomar un vaso de leche, comer una naranja y por último comer un chicle, consejos que obviamente no me resultaron. Más ya no podía hacer, el reloj marcó las 18:00 horas y me preparé para salir de la oficina rumbo a mi cita. En ese viaje eterno de 1 hora y 20 minutos que tardó el bus que me dejó en el centro, me imaginaba cómo resultaría todo, mientras masticaba el último chicle “sabor menta extra fuerte” que me compré en la tarde. 42

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