Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

El RENACER Autora: Carolyn Macarena Letelier Cortez Sofía corre apresuradamente entre la multitud para no llegar tarde a su primer día de trabajo en la consulta dental, los más de 5 años de estudio no los podía tirar a la basura por el atraso que tuvo el metro. De pronto, choca con un joven que deambula sin sentido, se da vuelta para disculparse y aquel hombre le agradeció con una amplia sonrisa. Este joven llevaba varios meses caminando sin rumbo por el centro de la ciudad, su aspecto cada vez se parecía más al de un vagabundo, acompañado de dos perros que lo habían adoptado como su amo, y con sus únicos tesoros, una manta, un abrigo y un cepillo de dientes. Él sin duda era especial, una característica lo destacaba de las personas en situación de calle, su resplandeciente sonrisa y la amabilidad que expresaba con su mirada. Su memoria le estaba jugando una mala pasada, se hacía llamar Carlos, ya que no recordaba su nombre, su procedencia ni menos lo que le había sucedido; lo único que no había perdido era su dignidad. A pesar que cada noche improvisaba una cama, religiosamente buscaba un lugar para asearse y lavarse los dientes, además limpiaba el lugar escogido para acurrucarse junto a sus perros e intentar dormir. A su vez, agradeció a Dios no haber olvidado la pasión por la lectura, por lo que su pasatiempo favorito era recorrer las librerías del sector. Este enigmático joven se quedaba horas mirando las vitrinas e intentando descifrar el contenido de libros de ciencia, astronomía, pero sobre todo textos de medicina y odontología. Con el tiempo, los dependientes que ya lo ubicaban le regalaban algunos libros que se encontraban manchados o se habían doblado sus hojas. Pasaba tardes enteras sentado en el banco de la plaza leyendo, eso le permitía evadirse de los perturbadores recuerdos incompletos que venían a su mente y que no lograba descifrar. Una tarde, después del trabajo, Sofía se sienta a descansar en la plaza; en ese instante un joven de aspecto greñudo se acomoda a su lado; su primera reacción fue salir despavorida de aquel lugar, pensando que la iba a saltar o algo así. Sin embargo, el silente hombre saca sus libros y se dispone a leer. Aquello sorprendió a Sofía, quien al mirarlo con detención lo saluda y le pregunta su nombre: ‒ Carlos ‒ le responde el joven asombrado, hace mucho tiempo que alguien no le dirigía la palabra de esa manera. ‒ Disculpa, ¿qué estás leyendo? ‒ le pregunta con curiosidad Sofía. ‒ Un libro de higiene bucal ‒ Carlos se apresuró a contestarle ‒ no te preocupes, no me lo robé, me lo regaló el dueño de la librería del frente. La cara de sorpresa de Sofía fue evidente, claramente este errante joven no era como los otros. Su aspecto aseado, perlados dientes y el gusto por la lectura lo hacían único. Lo mira atentamente y su sonrisa le recordó aquel hombre que empujó en su primer día de trabajo. Desde aquel día, cada tarde, Sofía acompañaba a su nuevo amigo, compartiendo sus experiencias en la consulta y comentando los libros que ella misma le regalaba. Al llegar la noche, Sofía se iba a su casa y Carlos volvía a su triste realidad, la penumbra de sus recuerdos. La amistad se fue intensificando, en una oportunidad Sofía encontró la forma de ayudarlo a recobrar su memoria, le comentó que conversando con su profesor de universidad, buscarían en las bases de datos algún indicio de su identidad, ya que sus conocimientos de medicina bucal eran tan avanzados, que sin duda debía haber estudiado algo relacionado con aquello. Una mañana de primavera, Sofía lo despierta en su improvisado rincón, tenía buenas noticias, con una fotografía y huellas digitales, el profesor había encontrado los datos de Carlos, sus 38

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