Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

semáforos y el tráfico de hora punta, para observar a los pasajeros que ignoran ser testigos de la despedida. Extrañará, extrañará todas las historias que tuvieron lugar en aquel pequeño espacio, extrañará las conversaciones mundanas a las que prestaba atención durante el recorrido, y también las historias que se imaginaba al ver mover los labios a aquellos que estaban en los asientos de más al fondo a través del espejo retrovisor. Imaginaba, por ejemplo, las anécdotas de Cecilia, cuyas peripecias contaba a carcajadas, enseñando su dentadura de fumadora compulsiva. Tantas historias que tuvieron lugar en aquella máquina número 3: historias que comenzaron con sonrisas tímidas que luego se tornaron en besos poco discretos. Y tantos amores que se desplomaron. Poco y nada los conocía realmente y ellos a él. Además del saludo y conversaciones misceláneas, no cruzaban demasiadas palabras. Pero Raimundo se las ingeniaba para imaginar los diálogos. Era un excelente lector de gestos faciales. Se centraba en detalles que otros no atenderían: podía distinguir risas coquetas, sarcásticas, risueñas y honestas. Notaba un mal día cuando el pasajero se apretaba los labios; era un día agotador si lo veía dormir con la boca abierta y dubitativo sí lo observaba morderse los labios. Lo que definitivamente le desagradaba al punto de evitar la observación, eran dos escenas: quienes hablaban mientras masticaban comida y quieres comían chicle, aún peor si tenían la osadía de inflarlos. No obstante, esta tarde nada le produce desagrado, la escena tras el retrovisor es una postal sin errores, una postal de quienes lo despiden ignorando que lo hacen. El bullicio en el interior lo lleva a preguntarse si después de la última parada, todo será silencio. La costumbre, la costumbre de mantener un hábito, una rutina, una pauta sagrada de la que aferrarse. No se siente preparado para esa vida sin guiones, la soledad de una vida personal que ha relegado por tantos años. Las reflexiones no se detienen y en un abrir y cerrar de ojos, los pasajeros se han bajado unos tras otros. Detiene el bus en la estación y en cuanto apaga el motor, desde las afueras se le acerca una funcionaria con rostro acongojado. Se le descargó el motor del vehículo y necesita que la asistan. Los dientes adornando la sonrisa de aquella mujer de mediana edad captan toda la atención de Raimundo, quien observa y responde con una timidez que pretende disimular con chistes con más ternura que astucia. Y así, mientras el sol se esconde generando tonos rosas que juguetean con las nubes estratiformes, en el estacionamiento de su ex trabajo el chofer retirado Raimundo comienza a urdir una nueva etapa en su historia. Por ahora las sonrisas; los besos vendrán después. 26

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