Cuentos en periplo: campaña "Besa la vida, cuida tu boca"

BESO AGRIDULCE Y SONRISAS UMAMIS Autora: Noelia Fabiana Carrazza Por mucho tiempo fui su auténtica pesadilla. Mis ojos almendrados, mi sonrisa miedosa, mi pelo cobrizo hasta la cintura, y mi cara de niña angelical, no alcanzaban a compensar la tormenta de emociones que inundaban su alma, y lo dejaban abrumado de sentimientos de cólera, negación y disgustos que tanto le provocaba. Estoy segura que si tenía turno con él un jueves, era suficiente para que desde ese mismo domingo empezara a blasfemar en mi nombre. El lunes me maldecía, el martes renegaba, el miércoles profundamente me odiaba y el jueves... el jueves cuando llegaba a la consulta, ponía su mejor cara, y se sonrojaba. «Noemí, así no se puede hacer ningún tratamiento de conducto. Estás con una infección considerable. Te voy a dar antibióticos para la infección y analgésicos para bajar el dolor y la inflamación». Igual tuvimos una larga conversación. Yo tenía el umbral del dolor por el suelo. Él conversaba largamente conmigo, para tratar de que me olvidara de aquel proceso que se avecinaba. Todo en vano, entraba a todas las consultas sonriendo y salía llorando. Estuve mucho tiempo con infección, soportando la letanía para no enfrentarme al ruido del torno. Tanto y tan grave fue, que la infección constante en mi boca hizo que circulara un entorno de bacterias anómalas que terminaron por desembocar en un proceso inflamatorio que se llama paniculitis. De no creer, una infección en la boca terminó con la inflamación del tejido adiposo subcutáneo de las piernas. La paniculitis genera lesiones nodulares dolorosas y calientes, con formas redondeadas, de bordes irregulares, y rojas, que pueden tener hasta 5 cm de diámetro. Son pelotas aplastadas, es como tener decenas de gomas de borrar debajo de la piel. Duele... duele como la santa madre. Yo practicaba aikido, cada golpe que recibía, hacía que mi piel latiera por un minuto. ¿Tratamiento?. Ninguno. Adornaron mi piel por seis meses hasta que se fueron solas, siempre y cuando se acabara la fuente de infección primaria: mis muelas. Cristian me había recetado amoxicilina 800 y diclofenaco. Tenía que hacer tres tomas diarias. El problema era, que en esa época de adolescente, yo no quería engordar. Habitualmente me saltaba la comida de la noche, que coincidía penosamente con la última de las tomas del dúo dinámico. Fueron dos noches que tomé el antibiótico y el antiinflamatorio sin comida de acompañamiento. Al tercer día tenía doce llagas en la boca. Sí, ¡doce!, en el triángulo de la muerte. Bien llamado ahora triángulo de la muerte. Tenía llagas en: la parte interior del labio superior e inferior, en las encías gingivales, en ambos frenillos labiales, en el paladar duro y paladar blando, y abajo de la lengua, al costado derecho de la glándula submandibular, pegadito al frenillo lingual. Huelga decir que por dos semanas no pude comer, hablar, ni sonreír. Dieta líquida. Recorrer culinariamente por nuevas sendas gastronómicas, como lo fue hacer una sopa de empanadas. ¿Alguien se imagina sándwich de lomito italiano, en una licuadora con agua caliente, ingerido con un sorbete?. Eso era lo habitual. Un viernes, en el último turno, previo al horario de almuerzo, teníamos la cita: el torno, llagas, y yo. Cristian tantea mis nervios, me toca y yo salto de un grito. —Noemí, no es por nada pero te acabo de tocar con un dedo, ni siquiera con un instrumento. —comenta Cristian —Perdón, estoy nerviosa, me duele todo con las llagas. No siento ni lo dulce, o lo salado, ni lo ácido, ni lo amargo. Nada del abanico de sabores. —le comenté. 23

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