La vida de las mujeres teporeras de la región de O'Higgins: hogar, trabajo y salud

57 que me amanecía, y me decía ‘¿por qué?’, ‘no sé’, ‘¿y en la mañana se quiere levantar?’, ‘No, no me quiero levantar, quiero seguir en la cama.’ Y me dijo ‘Rocío, ¿qué te pasa?’‘no sé’, decía yo, ‘no sé’. Y un día me dijo ‘te voy a citar al psicólogo’. ‘Ya’, le dije yo. Y ahí ya después me derivó al psicólogo, y el psicólo- go me dijo que estaba con una depresión.” Las temporeras que acuden a psicoterapia dicen que pueden “desahogarse” en ese espacio. Rocío expresa que, luego de una sesión, ella se “sentía más liviana.” “No sé”, dice, “me sentía mejor.” Ahora bien, a pesar de que varias entrevistadas no tienen problema en reconocer sus asuntos de salud mental y en acudir al psicólogo, muchas otras muestran reticencia o poca información acerca del tema. Una tempore- ra dijo, por ejemplo, que ella no entiende qué es la depresión. Es más, varias mostraron tener cierto rechazo a la noción de salud mental en sí. Esta evasión a ideas sobre salud mental puede explicarse por la pre- sencia de un discurso bastante difundido, pero problemático, de que hay que ser “fuerte de mente”. Esta narrativa se relaciona directamente con la noción de “no ser una carga” para los demás. Una temporera explica lo con- traproducente que puede ser este discurso para el bienestar de las trabaja- doras agrícolas: “yo creo que la mujer campesina bien bien, no está. Pero la mujer, por no perder trabajo, por no perjudicar a su familia, siempre se hace la fuerte. Uno se puede estar pudriendo mentalmente, la cabeza... a veces tú no hallas qué hacer y lloras, yo a veces lloro trabajando. ¿Por qué?, porque no hallo qué hacer cuando tengo esto. Pero yo no puedo acudir a ver al médico. No, yo me tengo que saber hacer la fuerte. Y yo creo que muchas hacen lo mismo.” De esta forma, muchas temporeras terminan “guardándose los pro- blemas”, como dicen algunas, en vez de acceder a la ayuda necesaria y buscar solución.

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