Especulaciones sobre el mundo desde América Latina

133 miento moderno y con ello la construcción de los Estados Nacionales como gran resultado de la poesía colectiva, habría quedado excluido en el adormecimiento que producirían las lógicas de mercado actuales, que definen a los sujetos, los identifica, clasifica y distribuye en una cadena ya no de trabajo sino de consumo. Pensemos que el desarrollo del concepto de “guerra” se ha presentado durante el siglo XX en relación con enfrentamientos bélicos entre Estados Nacionales o intra nacionales, pero si comprendemos la guerra como parte constitutiva de estos, ha- bría que estar dispuestos a pensarla como una latencia ontológica que escapa de la realidad antes referida, y se sosiega con diversas estrategias de consentimiento y, finalmente, de elaboración de discursos en común. Así, esa guerra, ya no latente sino manifiesta, se desata cuando una nación no se encuentra vinculada al Estado en la que se enmarca; cuando no hay consenso y por lo tanto existe una pérdida de poder del grupo dominante, lo que Gramsci de- nominó como crisis de hegemonía. Las capas profundas de esta dinámica histórica emergen cuando son los eternos excluidos, principalmente los sectores racializa- dos, quienes confrontan al gobierno mediante asonadas callejeras, tal como ocu- rrió recientemente en Colombia y Chile, donde diversos sectores sociales, entre ellos los grupos racializados, se enfrentaron al gobierno, en diversos períodos y con diversas intensidades, y que ahora en las manifestaciones entre 2019 y 2021 evidenciaron con su potencia que la hegemonía, y por ende el liderazgo de las éli- tes, se encuentra resquebrajada . Este contexto de crisis exige, una vez más, reformular los paradigmas políticos imperantes y las formas excluyentes de ejercer el poder. Esto conlleva la necesi- dad de construir una identidad común que vincule sociedad, nación y Estado por medio de una democracia no sólo política sino también social. Esa identidad co- mún no implica retornar a visiones monoculturales sino al contrario, reconocer la heterogeneidad de aquello que hemos vuelto a denominar popular en un sentido emancipador y no con objetivos de control político como ocurrió con el reconoci- miento multicultural de las diferencias, un modelo que se ha mostrado incapaz de relacionar la diversidad cultural con la igualdad distributiva y la democracia (Zapata; Rojo). Las revueltas populares recientes ocurridas en territorio americano, que han dejado a los pueblos indígenas y afrodescendientes en el centro de procesos políticos potentes y socialmente amplios, nos recuerdan más que nunca que la violencia es intrínseca a los Estados nacionales y las distintas formas de des- igualdad y jerarquías que estos han administrado a lo largo de su historia. No es posible desconocer los momentos emancipadores de esta trayectoria, pero

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