Especulaciones sobre el mundo desde América Latina

132 nación monocultural y cristiana que tanto defendieron las dictaduras, mientras que otro ejemplo fue el claro desapego que otros sectores mostraron hacia la idea de nación misma, siguiendo de algún modo los lineamientos del Fondo Moneta- rio Internacional y los militantes de una globalización que consideraban obsoleta cualquier pertenencia nacional (Rojo, Salomone y Zapata). Pero los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI fueron testigos del resur- gimiento de las izquierdas latinoamericanas que, a contrapelo del neoliberalismo rampante en el hemisferio occidental, retomaron el significante de nación y sus contenidos integradores y emancipadores de antaño. Estos, por cierto, formula- dos en nuevas claves que incorporaron dimensiones hasta entonces ausentes en la reflexión sobre la democracia, como los derechos de los pueblos indígenas y afrodescendientes, que venían protagonizando la oposición al neoliberalismo en la región. Los denominados progresismos latinoamericanos que florecieron en Ve- nezuela, Ecuador y Bolivia son la mejor expresión de este proceso que buscó abrir nuevos caminos para el ejercicio de la democracia, una democracia que se com- prende como incompatible con el neoliberalismo. En su centro emerge también una antigua y problemática categoría, reformulada al calor de nuevos actores y sus luchas, nos referimos al “pueblo” y a lo “popular”, con lo cual se trajo de vuelta a la esfera pública conceptos expulsados por la doctrina de seguridad nacional y declarados obsoletos por el neoliberalismo. Con sus altos y bajos, sus virtudes y defectos, la oleada progresista no ha concluido aún y si bien en algunos casos ex- hibe agotamiento y crisis, en otros pareciera expandir sus horizontes con nuevas reformulaciones. La violencia estatal, que es la materialización de esta lógica de la guerra, corres- ponde también vincularla con la “política”. Si la política es la conquista del poder, la violencia es su mecanismo más radical para afianzarla. Arendt señalaba que “(…) políticamente hablando, es insuficiente decir que poder y violencia no son la misma cosa. El poder y la violencia son opuestos; donde uno domina absolu- tamente falta el otro. La violencia aparece donde el poder está en peligro, pero, confiada a su propio impulso, acaba por hacer desaparecer al poder” (Arendt, 77). Entonces, si la guerra es un mecanismo del poder, o como se ha dicho reiterada- mente, la prolongación de la política, su articulación estaría dada en la convencio- nalización de dicha violencia. Haciendo referencia a un libro de Bertrand Jouvenel, Arendt, sin profundizar en el tema, da una pista interesante sobre algo pocas veces enunciado y que, tal vez, sería de una lucidez monumental. Se pregunta: si la guerra es parte de la confor- mación de los Estados mismos, ¿su desaparición (o pacificación) no significaría el fin de los Estados? (49). El “espíritu de la historia”, aquel que movilizó el pensa-

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