Dossier 2º Congreso Nacional de Psicología Comunitaria

configuran, en cierta forma, nuestro ser. Es decir, cuando decimos que somos de un lugar, hay algo ahí, de nuestra identidad que se juega en torno a lo que decimos de aquel lugar. Si yo digo que soy de Valparaíso, algo estoy transmitiendo de mi propia identidad en eso que estoy diciendo, el lugar es parte de mi identidad, como otras categorías posibles que configuran la identidad. Por otro lado, está la noción del apego al lugar , quizás el concepto más inclusivo que ha ido transitando desde una vinculación netamente afectiva, es decir, que yo me “encariño” con los lugares, siento un vínculo especial, me arraigo en un lugar, no me quiero ir de un lugar y siento un vínculo afectivo con él. Hay varias perspectivas contemporáneas que tienden a pensar el apego a un lugar como algo mucho más inclusivo. Y, por último, el concepto de territorialidad , que básicamente trabaja las dimensiones de carácter más conductual, es decir el tipo de acciones que desplegamos en un espacio físico para hacer uso y control de ese espacio. Esas son las categorías clásicas de la psicología ambiental, que desde su origen ponen énfasis en cómo el espacio también configura las subjetividades. Es decir, para nuestra disciplina, la psicología comunitaria, no siempre han estado en el centro de sus discusiones las nociones del espacio como tal, sino, más bien, se ha enfocado en las interacciones que tenemos en ciertos lugares particulares, donde el espacio pasa a ser un telón de fondo, más que una categoría central de análisis. Aquí entonces, la psicología ambiental clásica configura una cierta lectura que nos dice que la producción de la subjetividad también se da a partir de ese vínculo espacial, y esto permite que se abran nuevas intervenciones potenciales de cambio y transformación. Ahora, sin duda esta perspectiva más clásica que tiene como dos grandes ejes, un eje socio-cognitivo y un eje fenomenológico. De ahí se derivan varios alcances: un fuerte individualismo, una mirada sobre el individuo, una lectura que es profundamente individual y también, muy psicológica en torno a procesos mentales, en torno a dimensiones afectivas, dimensiones cognitivas, etc. También en esa lógica individual, como pasa en la psicología social clásica, se tiende a hacer lecturas que son de relaciones no conflictivas y apolíticas, es decir no hay elementos ideológicos, normativos, de control, que se ponen en juego en la lectura. Sino, más bien, cómo los sujetos se vinculan o no se vinculan con un lugar. Y, desde ahí, fuertemente centradas en vínculos positivos con los lugares: el apego al lugar, por ejemplo, está centrado en una dimensión positiva con un lugar, yo me apego con un lugar, tengo cariño por un lugar. Pero algunos autores han planteado que con los lugares también tenemos vínculos negativos, es decir, en el caso de mujeres que sufren algún tipo de violencia al interior de sus hogares, esto les genera vínculos negativos con algunos lugares o hace que el apego sea ambivalente, ambiguo. Por último, está el hecho de que estas perspectivas clásicas están bien poco centradas en el cambio social o en las transformaciones justamente, no hay una preocupación por cómo generamos transformaciones sociales, asociado a dimensiones de poder o de otro tipo. Entonces, ahí un primer repertorio de una psicología ambiental más clásica que es de carácter eminentemente socio-cognitiva y una segunda que es de perspectivas más fenomenológicas también. Eso es lo hegemónico, lo absolutamente hegemónico, que de cada 100 papers que se producirán, 98 serán en esa perspectiva. Y luego encontraremos periféricamente dos en 78

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=