Escritura e inclusión en la universidad: herramientas para docentes
250 E scritura e inclusión en la universidad . H erramientas para docentes seedora de buena relación con la estudiante. A la inversa, la doctoran- da ideal es la que: i) tiene promedios de grado y posgrado superiores a 8,5/10 (con opciones a beca); ii) maneja buen inglés, además de su prime- ra lengua; y iii) se relaciona correctamente con el staff académico. Pero la realidad dista mucho de estos ideales y una y otras acaban buscando lo mejor dentro de las posibilidades reales que hay en cada contexto. Al margen, recomendaría a cualquier doctoranda: i) priorizar más a una supervisora (cuyo trabajo le interese, que haya leído, etc.) que a una universidad; ii) preferir los programas de doctorado con muchas estu- diantes, porque habrá más formación; iii) verificar si el programa elegi- do tiene las acreditaciones y reconocimientos propios de cada país (en la web del programa), y iv) preferir las ciudades con varias universida- des del campo de interés, porque generan más actividad académica en su conjunto. (En España no es extraño que varias universidades colaboren invitando a grandes especialistas o que incluso desarrollen programas conjuntos de doctorado.) El objetivo es evitar postulaciones desorienta- das como este caso 1: C aso 1. J osé : entender el doctorado José llevaba 20 años enseñando lengua en secundaria. Fue un buen estudiante de grado y, con su plaza asegurada, acomodado como docente, decidió regresar a la universidad para acabar el último peldaño formativo (el doctorado). En la primera tutoría explica que ha ido creando materiales didácticos muy útiles, que ha ido perfeccionando con la ex- periencia y que constituyen de facto “su método”. Quisiera aprovecharlo para su tesis. Respondo que un doctorado es una investigación empírica, que recoge datos auténticos (escritos de alumnas, entrevistas, encuestas), los analiza (análisis de errores, capacidad sintáctica, estrategias retóricas, etc.) y los interpreta. Las tesis de intervención didácti- ca, como la que plantea, son más complejas que las de análisis de textos, observación de aula, encuestas o entrevistas: la intervención exige analizar un contexto (perfil lingüísti- co, necesidades), diseñar una propuesta fundamentada teóricamente, llevarla a la prác- tica y evaluar su aprovechamiento. Se requieren más datos y más diversos y no parece sensato que el investigador sea también creador de materiales, docente y observador, al mismo tiempo –o sea, juez y parte–. José aclara que guarda decenas de escritos de sus alumnas. Pregunto si dispone de las ta- reas con que se generaron, de los perfiles lingüísticos de sus autoras (edad, procedencia, lenguas, nivel de competencia de cada una), del contexto en que se realizaron (momento de año, inserción en la secuencia didáctica) o de los consentimientos éticos correspon- dientes. Se queda en silencio y consulta si esto es necesario. Razono que depende de las preguntas de investigación pero que lo habitual es documentar mínimamente a las infor- mantes. Quizás podría aprovechar algunos materiales didácticos, pero debería hacer la intervención para recoger datos frescos. Le recuerdo que no necesita un doctorado para publicar su “método”. Muchas editoria- les andan a la caza de buenos materiales y autoras para elaborar libros de texto. Dice que lo pensará, pero ya no regresó.
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