Repensar la investigación literaria en tiempos de crisis

44 transportando droga. Da igual, tarde o temprano nos matan, de un tiro o de hambre. De allá arriba pude oler la grasa de las ruedas de la Bestia—, y me muestra el muro desde donde se tiró. —No tiene mucha sazón—, lo dice refiriéndose a la comida. Pero como satisfecho, agrega —mejor, no podemos dormirnos con el cha cha cha… No más que nos aguante para treparnos. Lo primero es fijar las dos manos. Una no te aguanta, la velocidad del tren te vuela. El Barrilete se ha quedado quieto. Cuando celebraba la comida con los compañeros, se percató de que su zapatilla ya no sostenía su pie adentro. Está irreparablemente rota. De la misma bolsa donde trajo la comida, el chico de Guatemala tira los cordones de un par de zapatillas usadas. —Ya no tienen mucho color. Medítelas, chavalo. Las tuyas se venían rompiendo. El Barrilete termina de separar la lona de la suela de goma de su zapatilla y le contesta: —Aquí dejo esta muerta. Pasame solo una, la de este pie—. Cuando la hubo amarrado, agregó —bien calzado me lanzo corriendo a la pisadera del vagón. Con un doble chasquido Bairon anuncia que se pondrán en movimiento y les advierte: cada curva, cada frenada es un peligro. La bestia no se detiene, caiga quien caiga en la vía. —Y el viaje, ¿dónde termina?—, pregunto. —Texas, Nuevo México, Arizona, Baja California. No se sabe. Muevo las hojas de una enredadera que comienza a crecer en el lado izquierdo del muro y leo en voz alta: Porfirio dictador, Pérfido, Piraña, Petulante, Pagano, Parásito, Pervertido, Pedigüeño… Me ensordece el silbato del tren.

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=