Repensar la investigación literaria en tiempos de crisis

24 Literatura social v/s literatura intimista Si consideramos los planteamientos de Ferrero para darle contexto a la generación del 38, basta con mencionar la relación entre obra literaria y acontecimiento socio-político, puesto que el escritor insiste en destacar cómo es que estos últimos toman posición en la literatura desde la composición de una escritura vibrante en la que se acopla vida, obra y convicción. En este sentido, cabe destacar el advenimiento del Frente Popular, la Guerra Civil Española (1936- 1939), las organizaciones de mujeres como la Federación Chilena de Instituciones Femeninas (1944-1947) y el Movimiento Pro- Emancipación de las mujeres de Chile (1935-1953). Desde este registro, se comprende cómo la generación del 38 se configuró como una generación que no necesariamente siguió una línea biológica-vital, sino que, más bien, siguió una línea sociopolítica-vital. En esta línea, su literatura se desarrolló mediante un trabajo estético que no puede comprenderse sino en relación con el acontecimiento y su devenir, no limitándose, en absoluto, a una composición escritural doctrinaria o partidista, como muchas veces se indicó al considerar el componente político de esta narrativa o al tratar de dilucidar la influencia de la literatura realista socialista en Chile. Si bien es cierto que parte de esta generación desarrolló una escritura dicho concepto como “bajo tachadura”. Respecto a este concepto, Spivak indica: “esto significa escribir una palabra, tacharla y luego imprimir tanto la palabra como la supresión (dado que la palabra es imprecisa, se tacha. Dado que es necesaria, se conserva legible)” (51). Escribir una palabra bajo tachadura indica, entonces, la marca de una contorsión: la palabra se tuerce, pero al mismo tiempo nos guía. Se trata de una estrategia que permite ver y negar o, mejor dicho, optar por una doble actividad: conservar y rechazar: “Se borra permaneciendo legible” (Derrida 32). En este contexto, generación bajo tachadura implicaría dejar de manifiesto esta doble disposición de la lectura: someter el concepto a una crítica profunda, toda vez que interesa desmantelar sus presupuestos fundacionales, pero al mismo tiempo utilizarlo (dejarlo leer o abrirlo hacia otras lecturas) como apertura hacia nuevas conexiones, apelando, incluso, a la estrategia que Derrida propuso en Márgenes de la filosofía (1972), es decir, dejar leer lo que se oblitera.

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