80 años de un viaje: Teatro Nacional Chileno 1941-2021

96 autores clásicos y modernos. En estos objetivos, así como en el despliegue de la programación que año a año ocupa la escena, se adivina una necesidad de integrar dos ejes o tendencias en el trabajo. Por una parte, se advierte la necesidad de incorporar los conocimientos y saberes provenientes de aquella cultura “occidental” propia de los países del norte, tanto de su tradición como de su producción moderna, aquella que se percibe como vanguardista en un afán de alcanzar una modernidad siempre elusiva para América Latina. En esa necesidad de ilustración y de modernización caben los clásicos del teatro europeo (Cervantes, Shakespeare, Moliere, por citar ejemplos célebres) junto a obras producidas por dramaturgos que experimentan con los lenguajes de la escena y con temáticas de actualidad (Anouilh, Brecht, Peter Weiss o Arthur Miller, célebres y arriesgados contemporáneos). Así el teatro chileno busca un lugar no solo en el país sino en el siglo XX, trabajando por insertarse en el convulso panorama mundial. Por otra parte, y como es lógico, se aprecia una búsqueda importante por incorporarse a la historia local, integrando el particular pasado nacional y su presente a la escena. Así, argumentos y eventos del pasado reciente hacen su aparición en el escenario de la Sala Antonio Varas de la mano de dramaturgos como Isidora Aguirre, María Asunción Requena, Alejandro Sieveking o Egon Wolf. En ellas se trabaja la configuración de lenguajes para un teatro local que integra la identidad nacional a la escena del siglo XX. Y si hablamos de madurez puede ser esta la búsqueda que connota ese crecimiento, el asentamiento de un teatro local, nutrido por estudios y lecturas foráneas, pero también por conocimientos menos académicos que pulsan en las biografías de los artistas que conforman el teatro. Pensemos en Víctor Jara, por ejemplo, quien al montar Ánimas de día claro, de Alejandro Sieveking, pone al servicio de la obra sus conocimientos como director, pero también la sensibilidad relativa a un mundo rural que conoció lejos de las aulas universitarias. Lo mismo puede decirse de obras como Fuerte Bulnes (1955) de María Asunción Requena, o las Pascualas (1957) de Isidora Aguirre, las que incorporando elementos tradicionales consiguen su traducción a una estética escénica moderna. La madurez también puede implicar la toma de decisiones, la elección de ciertos idearios no solo estéticos sino políticos que desde la escena defenderán una visión de mundo y un deseo de futuro. Al acercarse a los años 70, el proyecto de las izquierdas latinoamericanas adquiere una fuerza sin precedentes. No son solo los individuos los que adscriben a un proyecto político, existió también un pulso colectivo que parecía tomar cierta dirección. Los 70 prometían intensidad y un redescubrimiento de las relaciones que se podía establecer con el mundo, la convulsionada actualidad de la época invitaba no solo a la acción, también a la reflexión y la escena era un buen lugar para ejercitarla. En 1969 se estrena Viet Rock , de Megan Terry, con la dirección de Víctor Jara y las coreografías de Joan Turner, obra que indaga en los impulsos y reacciones generadas por la guerra de Vietnam. Esta obra, considerada el primer musical en clave de rock se estrena en Chile solo tres años después de

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