Para que nadie quede atrás [segunda edición ampliada]
94 en 1966 a la Escuela de Periodismo de la Uni- versidad de Chile. Venían con él algunos com- pañeros de liceo. No eran del mismo curso José Blanco, Patricio Caldichoury, Carlos Araya ni el propio Gustavo, pero conocían ya de la fama que lo acompañaba, por aquella mezcla maravi- llosa de la música de percusión y el sentido del humor a toda prueba. Como “mechón”, fue in- tegrante inmediato del equipo de productores del diario mural en apoyo a la candidata a reina de la Escuela de Loreto Herman y que llama- ron Guirigay. El mentor del diario era Benigno Ramos. Todo calzaba pues “guirigay”, según la RAE, significa “lenguaje oscuro y de dificultosa inteligencia”. O, también, “gritería o confusión que resulta cuando varios hablan a la vez o cantan desordenada- mente”. Era justamente lo que sucedía. Benigno pauteaba, tecleaba los textos con una velocidad admirable, era el padre-editor. Cuan- do Canelo cubrió la derrota del plantel “mechón” de baby-fútbol femenino a manos del segundo año, escribió: Nuestro equipo inte- ligentemente se dejó ganar.... Rescatamos de la memoria de Gustavo: “A las pocas semanas, nuestro periódico pasó a ser propiamente un diario mural, exhibido en un panel que nos agenció don Alfredo García, el querido «Viejo Alfredo», aunque el nombre cambió a Gi- rigay , por un descuido del que pintó el logotipo. A todo esto, Cane- lo ya había sido reclutado por El Loro Hocicón, popular periódico mural que editaban Toño Márquez, Samuel Urzúa y Félix Castro. Apenas iniciados en el periodismo universitario, fuimos testigos y víctimas de una «operación grúa» que se llevó a nuestro genial redactor…”. En aquellos años primerizos de la Escuela ya era popular el “gua- tón” Canelo, con una estampa gruesa y acogedora, coronada por una cabellera rizada y su perfecto bigote negro, complementos f ísicos de un carácter que desbordaba simpatía. (¿Desde cuándo tuvo esos bigotes geométricos Canelo?). Vivía en un permanente ritmo de sonrisas y acotaciones humorísticas, a menudo irónicas pero nunca agresivas ni malintencionadas. Y también lo rodeaba un permanente ritmo mu- sical, su peculiar chasqueo de dedos en onda de cumbia o cueca. Luego supimos de qué sangre venía aquello. Es que el padre de Canelo, don Jorge, fue primer timbal de la Orquesta Sinfó- nica de Chile, había integrado bandas milita- res y, una vez ingresado al mundo de la música “culta”, el afamado maestro Erich Klaiber quiso llevárselo a Alemania. Canelo entonces, pudo perfectamente ser también músico, pero cuan- do don Jorge quiso enseñarle de las corcheas, de los silencios, de los rulos y de las cuartinas, abandonó sin ton ni son el arte musical para de- dicarse al periodismo. Sin embargo, como lle- vaba aquella rítmica sangre en las venas, perfeccionó los dotes de percusionista con golpes de excelencia. “Quemaba los cueros” “Vibraba con la salsa y la música tropical de los orígenes. Sabía en el bongó los toques del son, de la rumba, del danzón, y si escuchaba una plena puertorriqueña, también quemaba los cueros. En 1985, una vez formado el Club de Salsa Chile, nunca faltaba a las rumbas y, si me lo permiten, fue un personaje indispensable. Bailador, de un humor chispeante. Con sus bigotes de escobillón, que servían para disimular el mal estado de su dentadura, atraía a las mucha- chas que estaban por ingresar al mundo de la salsa y que requerían de maestros como él”, asegura su amigo y colega Víctor Manuel Mandujano. Gustavo regresa a la Escuela: “…No fue un alumno brillante. Era una época en que pensábamos que no valía la pena serlo. Era más importante en esa histórica transición de los años 60 a los 70 bañarse de futuro y de utopía. Así, jugábamos a la trascendencia sin perder la oportunidad del goce diario, la travesía bohemia por Il Bosco y el Black and White. Compartíamos entre tragos los más sesudos análisis de la situación nacional e internacional. Comentábamos los últimos libros de Gar- cía Márquez y Julio Cortázar. Amábamos nuestra Escuela (1). Nos Siempre alegre, histriónico, inagotable.
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