Para que nadie quede atrás [segunda edición ampliada]

Para que nadie quede atrás 39 ría a las Relaciones Públicas. Era lo único que tal vez sus padres, un matrimonio judío de mucho dinero, aceptaban como destino para su hija. No entendían qué hacía ella mezclada con periodistas, en espacios bohemios. El ambiente en las grandes empresas era aceptable para su nivel social y como relacionadora pública podría ganar más dinero que como reportera. Meta: ser la mejor reportera Yo la entendí en ese contexto. Pero tras conocer a buenos perio- distas entre sus maestros, y trabajar incluso con la que ella más ad- miraba, Lenka Franulic, tuve más argumento para convencerla de que la esencia del periodismo, si una lo ama, era la búsqueda de la verdad en los hechos que ocurrían en la sociedad, y esta- ba en los reportajes, las cróni- cas, las entrevistas. De pronto cambió de rumbo y se declaró orgullosa de tener como meta ser la mejor reportera de nues- tro pequeño país. Érica se dedicó en cuerpo y alma al periodismo y por su ele- gancia, buena conversación y personalidad, no tardó en des- tacar en los ambientes en que se movía. Muchos colegas la criti- caban y otros no la soportaban justamente por eso. Le comenzaron a colgar aventuras con cele- bridades de la política chilena, como el canciller Gabriel Valdés y otros, porque ella lograba acercárseles y dialogar como una par. Y así consiguió golpes periodísticos en su primer medio, el semana- rio policial Vea. Los chismes malintencionados se acallaron cuando entabló una larga relación con el periodista Humberto Malinarich, quien llegó a ser director del famoso semanario Ercilla y ella una de sus perio- distas estrella. Cuando aún existía en el país la pena de muerte, narró la ejecu- ción de los victimarios Luis Osorio y Francisco Cuadra, asesinos de las ancianas Rosario y Manuela Vera Romero y su empleada, Sara Álvarez, noticia que conmovió a la opinión pública en la década de los 60. La invitaron a presenciar el feroz castigo junto a otras dos periodistas, Raquel Correa y Patricia Guzmán. Anduvo mucho tiempo comentando esa estremecedora experiencia. Fue la primera en denunciar por la prensa, a fines de los 60, el nido nazi que se ocultaba en Parral, en Colonia Dignidad, donde se había constituido un Estado dentro del Estado. Pasarían cuarenta años antes de que su jefe, el enfer- mero nazi Paul Schäfer pudie- ra ser capturado por pedófilo y colaborador de la DINA-CNI, policía secreta de Pinochet. En lo político, Érica tuvo sim- patías por la “revolución en li- bertad” de Eduardo Frei, pero la formación hogareña de pa- dres judíos que debieron huir de la persecución nazi en Ru- mania, su tierra natal, la marcó profundamente. Y cuando la Unidad Popular ganó las elec- ciones de 1970, ella salió del país con ellos. Periodista internacional A partir de entonces la perdí de vista, pero desde México me llega la información de la segunda etapa de su vida en la voz de su amiga Elsa Cárdenas, abogada mexicana a quien conoció en 1978 y quien seis años más tarde llegó a hacer un postgrado en Tel Aviv. Allí comenzaron a vivir y trabajar juntas. Tras el falle- cimiento de Érica en 2011, ella nos contó la segunda parte de su historia: “Erica llegó a Israel a fines de 1970 y a los pocos meses empezó a trabajar para Televisa, una de las grandes empresas de la tele- Érica Vexler entrevista al primer ministro de Israel Shimon Peres

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