Para que nadie quede atrás [segunda edición ampliada]

170 Vivir Vorazmente Era capaz de generar redes y armar grupos de personas que antes no se conocían (algunos de los cuales aún conservamos la cercanía en que nos dejó). Así fue como logró que una pequeña multitud llegara a visitarla hasta Cañete. Por un par de días nos adueñamos del pueblo. Su mamá nos pedía que la cuidáramos. No era dif ícil quedar perpleja con algunas de sus salidas. A ratos parecía que ha- bitaba en una especie de universo paralelo donde no había duda de que podía ser quien quisiera, sin pedir perdón ni permiso. El mun- do tenía que abrirle espacio y quererla así. Y muchos la quisimos así: genuina hasta lo impensable, leal, desprejuiciada, generosa, di- vertida, terrible y amable. Le gustaba el caos, soltarse y dejarse caer como fuera, donde fuera, a la hora que fuera, sin medir consecuencias. Vivía aquí y ahora. No la oímos arrepentirse de algo. Era de las que daban un paso al frente a la primera provocación. Valiente y arrojada en una dimen- sión muy Machuca. Debimos seguirle el ritmo en el Camino del Inca, donde iba a paso rápido pese a su escasa estatura, para alcanzar a un italiano que la había dejado prendada. En el mismo viaje bailamos por las calles de Puno al son del carnaval, y cómo nos reíamos. Vaya que era conta- giosa su risa. Y apareció la sombra de la enfermedad, pero éramos jóvenes, la muerte no existía. No era posible que algo malo pasara. Probablemente esa sombra hizo que se revolucionara aún más y que quisiera vivir todo lo que no había podido hasta entonces: concebir hijos, viajar, creer en Carlos Castañeda y adentrarse por caminos chamánicos, exprimiendo al máximo sus posibilidades. Vivir vorazmente. Algunos le escuchamos decir que no sería madre jamás y, más tar- de, que la enfermedad no le permitía embarazarse, pero tal como cantó Walt Whitman, uno de sus poetas, ella era grande, contenía multitudes. Y quiso dejar su semilla. Aprendió platería mapuche, trabajó con la comunidad de su pueblo natal, se instaló en un cen- tro cultural en Cañete, donde lavaba los pañales de sus guaguas con agua fría (porque como es de esperarse estaba en contra de los pañales desechables). El 2007 volvió a México, donde había concebido a su primer hijo. Partió sola y con pocos pesos a buscar una cura con la Pachita, la mítica chamana de la que Jodorowsky habla en Psicomagia; encon- tró al hijo de Pachita pero al parecer éste ya cobraba prácticamente con Mastercard. No tuvo el dinero necesario para pagar el trata- miento, 10 mil pesos mexicanos. Una vez de regreso en el sur de Chile, se le hizo cada vez más dif ícil respirar. Dejó tres retoños y muchas historias y anécdotas tras su partida con cantos mapuches. Chica, ruda, audaz, rebelde, con una risa llena de ironía.

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