Para que nadie quede atrás [segunda edición ampliada]
Para que nadie quede atrás 123 una lo podía ver después de almuerzo o en los cumpleaños. Tardes de boleros y pautas de cumpleaños Los cumpleaños eran un momento especial en el Buenos días a todos . Dudo que en algún otro lugar nos hayamos reído tanto o disfrutado así, como cuando en la reunión alguien estaba de ani- versario. Es cierto, muchas veces solo habían papas fritas, torta y bebida para el cumpleaños, pero lo mágico venía al momento de las palabras y es que ahí cada uno soltaba la lengua y el Tata nos hacía hablar a casi todos. Él, como siempre, prefería escuchar a ha- blar, ese era su secreto. A veces cuando la pega estaba floja can- tábamos boleros. Tenía un cancionero desguañangado que veces agarrábamos y nos poníamos a cantar, era como una terapia para soltar tensiones y volver a la pega recargados. Entre canción y canción, el Tata contaba lo que para nosotros eran las aventuras de un gozador. Había estado en Correos de Chile y de allí lo habían despedido por haber escrito en la revista Ramona, de la Juventud Comunista, cuando estaba en la Escuela de Periodismo de la Universi- dad de Chile, donde estudió entre 1970 y 1974. Había conocido a la mismísima Tía Carlina allá en Vivaceta y al Blue Ballet. Había estado en los mejores tiempos de Candy Dubois en Le Trianon. Era algo así como un periodista de la vieja guardia que se había reinventado cuando llegó a la televisión. Cuando quería molestarlo, Mauricio Correa contaba cómo había conocido al Tata en los pasillos de RTU (Red de Televisión de la Universidad de Chile). Andaba de blanco, decía, lo confundió con un enfermero. Otras veces era un vendedor de helados. Es que den- tro de sus costumbres, el Tata en verano usaba alpargatas de marca Iberia, fabricadas por una antigua empresa de San Bernardo. Ese era uno de sus sellos, después fueron los mocasines sin calcetines, una moda de la que solo él y Jorge Hevia eran fervorosos simpati- zantes. Su casa por 23 años Aunque el Tata estuvo en casi todos los canales de la televisión chi- lena, no hay duda alguna que para él TVN fue su casa, un lugar al que llegó cuando recién comenzaba la etapa democrática del ca- nal y en el que estuvo en sus buenos y malos momentos. Allí supo navegar cuando la situación era adversa y enseñarnos a todas a preservar los equilibrios programáticos, un aprendizaje esencial para mantener la salud del programa en pantalla. En el Buenos días a todos “crió” a gene- raciones de periodistas, noteros y, por qué no decirlo, rostros de TV. Felipe Ca- miroaga, por ejemplo, era solo un lolo buenmozo cuando llegó al programa y de la mano del Tata y con su propio genio se convirtió en el “animador de la televi- sión chilena”. A Margot Kahl le echó el ojo cuando leía noticias, matea y empe- ñosa la apoyó cuando decidió dar el salto a la animación, un camino nada fácil, en el que el Tata como buen barquero le iba abriendo el camino para que luciera sus habilidades. Así cuando Tati Penna ter- minó por dejar el matinal, Margot la re- emplazó como si hubiese estado allí toda su vida. Cuando en el verano del 98, Margot y Jorge se fueron de vacaciones juntos, fue idea del Tata y Mauricio poner a Felipe y Karen Dog- genweiler a hacer el matinal en verano. Nunca nos reímos tanto, es que pocas veces dos personas tan histriónicas se juntan en la panta- lla para poner su talento al servicio de un programa de TV. Gozába- mos como cabros chicos… Así también apoyó a Tonka Tomicic en sus inicios como animadora,
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