La convivencia escolar desde el discurso de sus actores
histórico, la memoria y la identidad construida en cada época. Esto, en el marco de cambios en los sistemas culturales por defnición dinámicos, desde los cuales emergen las identidades de las generaciones y los movimientos, emerge la generación como una representación ideológica o modelos de juventud de un contexto particular. De forma intrínseca a los cambios culturales y las identidades que surgen, es que se trata de construcciones identitarias diversas y complejas, imposibles de analizar bajo una matriz única, pese a la par ticularidad de cada generación. Además, existen generaciones de ‘enlace’, aquellas de vivencian hechos históricos abruptos en temprana juventud, vivencian intensamente los períodos de transición alcanzando a establecer identifcación con la generación marcada por lo que concluye, al tiempo que incorporan a su identidad lo simbólico del nuevo orden social. En el caso de la Juventud chilena, reconociendo lo multifactorial del concepto, es posible establecer algunas paradojas. La primera de ellas, es la inexistencia legal del joven en comparación a al reconocimiento de los demás grupos etáreos en contraposición a la responsabilidad penal del mismo, lo que conlleva la omisión de la ‘persona joven’ entendida como un sujeto pasivo, sin derechos y carente de un potencial protagonismo ciudadano. Esta negación pasiva del joven promueve la implementación de políticas públicas basadas en una concepción psicologizadora de la etapa de juventud centrada en características biológicas y psicológicas, etapa de ‘tránsito y conficto’, tras la que se lograría un período de equilibrio propio de la adultez. Por otro lado, en términos históricos, la negación e invisibilización de la juventud expresa una evaluación social de los sujetos que está enmarcada por la capacidad de agencia de los mismos. Quien no posee esta agencia social, resulta invisible en el discurso hegemónico, que es el discurso de la 273
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