La convivencia escolar desde el discurso de sus actores
extrañamente me daba cuenta que ellas eran las que llegaban despeinadas a las clases, no las medio pupilas. También ya había integrado desde mi ingreso esto de que a las profesoras, paradocentes y directivas las llamaran mamis y que los pocos profesores y paradocentes fueran los papis. Un jueves de septiembre a las 16 horas después de concluir mis clases, me acerqué la Inspectora del Internado para concretar mi ingreso y ella me dijo con una sonrisa cómplice que le contara lo que viera. Sin más me envía con una estudiante, Betina de Tercer año medio, para que me presente a la paradocente. Al cruzar la reja verde, que rodea los dos pabellones del Internado, dos voces me gritan desde las ventanas del segundo piso (la reja de protección de las ventanas no me deja verlas) ¿Mami, qué hace aquí? Caminamos por el jardín interior, yo sintiéndome una intrusa y recordando mi paso por un internado a los 8 años. Ingreso al pabellón que alberga a las estudiantes de un Segundo año medio, Terceros y Cuartos. En el hall se ubican tres sillones y una mesa de centro; en los costados el acceso a dos salas de estudio; un teléfono público y al fondo otra puerta cerrada comunica con el límite de la reja verde. Solo me siento allí y leo tratando de pasar inadvertida. Dado que la portera (Taylor y Bogdan, 1987) consintió la vaguedad de mis propósitos y mi interés en las internitas, también me deslizó la posibilidad de delatarlas, cuestión que me ofendió y que me alertó sobre cuál era mi lugar: profesora/ investigadora. ¿Cómo lo haría para conseguir la confanza de las chicas? Claramente alejándome de esa Inspectora. 4 Tiempo libre: difcultades de la observación El plan general era lograr el rapport con las internas, así es que la semana siguiente repetí el recorrido para conocer qué se 184
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