La convivencia escolar desde el discurso de sus actores
entre pares. Asimismo, es perceptible la tendencia de clasifcar el fenómeno en tipos o grados y no considerarlo como un solo fenómeno esencial. Este carácter esquivo del fenómeno del bullying a dejarse apresar por una representación simbólica indistinta permite destacar su tremenda complejidad. Esto se manifesta también al examinar sus límites, los que también escapan a una absoluta nitidez: hay agresiones que se perciben como bullying sin serlo, así como las hay que pueden ser manifestaciones de bullying, pero que no se perciben como tales. Ya señalábamos que autores como Orpinas alertan sobre lo necesario que resulta diferenciar al bullying de las peleas ocasionales, por un lado, y de los actos delictivos, por el otro. Muchos observadores caen, precisamente, en confusiones de esta naturaleza: considerar bullying a una agresión puntual a un estudiante en el fragor de una pelea ocasional, por muy violento e injusto que haya sido el ataque o tomar como ejemplo de bullying, para promover en un curso un diálogo al respecto, un hecho marcadamente delictivo como, por ejemplo, el ataque de una pandilla a un joven homosexual con resultado de muerte. Por otra parte, están los actos agresivos que provocan daño y dolor, pero que se reformulan con términos que, de algún modo, los hacen parecer más inocuos: la talla, la broma, el juego. Esta reformulac ión conceptual prov iene , generalmente, del victimario, pero convence muchas veces a los testigos y confunde incluso a la víctima, quién se avergüenza y se culpabiliza por sufrir ante lo que, a los ojos de los demás, es solo diversión. Orpinas, aquí también, proporciona una mirada que hay que considerar y que implica atender a la situación tal como la experimenta la víctima antes que atender a la situación tal 133
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