La convivencia escolar desde el discurso de sus actores
VI Sobre los tres componentes que están insertos en el concepto de bullying -a saber, actos intencionales que tienen el propósito de herir a alguien; actos que son repetidos, es decir, no un hecho aislado, y actos en los cuales el agresor tiene más poder que la víctima-, Pamela Orpinas (2009) indica que requieren aclaración. Señala, primero, que frecuentemente los agresores rechazan la idea de que quieren herir intencionalmente y que pueden minimizar sus actos de bullying al defnirlos como “juegos” o “bromas”, restándole importancia al problema y no viendo sus consecuencias. Sin embargo, modelos teóricos como los de Philip Zimbardo, han mostrado que la minimización de los actos de violencia, así como la distorsión de las consecuencias de dichos actos, forma parte importante del proceso de agredir a otros, desconectando los frenos morales: “Podemos modifcar la manera de contemplar el verdadero daño que hemos causado con nuestros actos. Podemos pasar por alto, distorsionar, minimizar o negarnos a creer cualquier consecuencia negativa de nuestra conducta” (Zimbardo, 2008: 410). Por ello es importante que los directivos y los educadores tampoco minimicen estos actos o sus consecuencias, ya que deben saber que cada estudiante es diferente y que lo que puede parecer un juego para uno puede ser visto como una amenaza por otro. La regla general, dice Orpinas, es: “Si duele, debe parar”. Segundo, aunque el bullying se refere a actos repetidos, ningún tipo de violencia debe ser aceptable en la escuela. La 130
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