La convivencia escolar desde el discurso de sus actores

Los juegos físicos entre niños y adolescentes varones alcanzan en ocasiones tal grado de rudeza que, para un adulto observador, no siempre es claro si están jugando o peleando. Pero ello, al ser manifestaciones conductuales ocasionales, no cae en la categoría de bullying. Sin embargo, interacciones que empiezan como un juego pueden transformarse en agresiones: “Por ejemplo, un grupo de niñas puede mofarse de una amiga, pero cuando estas ofensas se hacen más crueles o más repetidas, la amiga se puede transformar en víctima y terminar herida o asustada” (Orpinas, 2009: 43). Orpinas nos proporciona una regla general para enfocar con precisión el fenómeno en este caso: “Cuando el juego deja de ser divertido y las interacciones empiezan a doler psicológica o físicamente, el agresor ha cruzado la línea entre juego y bullying” (2009: 43). En el otro extremo del continuo, están los actos que dejan de ser simplemente bullying y pasan a convertirse en acciones delictivas. Es decir, son acciones que si fuesen cometidas fuera del colegio o por una persona adulta, el actor sería detenido y formalizado ante la justicia, pero que en ocasiones son castigadas en el colegio sin involucrar a la policía. Por ejemplo: amenazar con herir, robar dinero o pertenencias de valor, asaltar a un estudiante o un profesor, portar un arma en el colegio (Orpinas, 2009: 43). La confusión que a veces se tiene al respecto alcanza niveles extremos. Hace unos años hubo un altercado entre dos estudiantes de octavo año básico de una escuela de Talcahuano. Uno de los alumnos golpeó al otro con un objeto contundente causándole un traumatismo encéfalo craneano, lo que implicó su fallecimiento pocos días después de la pelea. 122

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