Los tratados entre la Nación Mapuche y la Corona de España

116 Carlos Contreras Painemal gin de las cargas que se llevan de una parte á otra), y levantán- dose uno de los Toquis, ó general de la guerra, y tomando en la mano un bastón de hasta dos varas de alto, le dio un feroz golpe con que la rindió á sus pies; y así fueron prosiguiendo los demás, dejando muertas hasta número de veintiocho. Y si tal vez no caía la oveja del primer golpe, se levantaba otro Cacique con mucha ligereza y le daba el segundo, con que la tendía en el suelo, y las que se quejaban, ó con las ansias de la muerte agonizaban, las acababan los circunstantes de matar, y después de muertas llegaban todos á sacarles los corazones y rociar con su sangre el canelo que Antegueno tenía en la mano. Ceremonia que, aunque gentílica, parece tiene su fun- damento en muchas historias, y aun en las Sagradas no le fal- ta, donde vemos que en señal de paz mandaba Dios rociar las puertas con sangre, como se ve en el capítulo doce del Éxodo, y así lo entiende San Pablo en el capítulo nueve de la carta que escribió á los Hebreos. Después desta ceremonia se sentaron todos alrededor de las ovejas muertas, y hecho silencio comenzaron á tratar y conferir entre sí sobre el asiento de las paces perpetuas, y el modo, calidad y condiciones de jurarlas y entablarlas; y habien- do hablado sobre esto con grande concierto y elegancia Lin- copichon y Antegueno (que son naturalmente retóricos estos indios, y se precian de hacer un buen parlamento), y replicado de nuestra parte lo que pareció conveniente, proponiéndoles las condiciones y pactos que parecieron más importantes al

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