Rostro de Chile: reencuentro con la exposición original de 1960

de sus propios autores–, lo que permitió sugerir la conciencia del valor de exhibición para todo un cuerpo social. 5 A favor de la lírica de Ercilla y contra ella, Nicomedes Guzmán, en el preámbulo de Autorretrato de Chile , arremetía con sus propias armas contra las narrativas monolingüistas de historiadores y parlamentarios, quienes deleznaban los símbolos apasionados de los pueblos y de las viejas araucanías olvidadas: No porque sí Caupolicán se anduvo un montón de horas con un descomunal tronco al hombro [Él mismo] se sometió al sacrificio póstumo no para que los historiadores especularan escolarmente con su valerosa conducta.16 Esos sufrimientos difícilmente se podrán corroborar a través de la poesía o de la fotografía, incluso cuando adquiriesen estatus de verdad histórica o bien de épica endiosada para conseguir su inscripción alegórica en las obras del arte universal. Es en este sentido que Rostro de Chile no es fiel a la idea de un atlas mnémico, pues básicamente no se trata del padecimiento titánico por sostener el peso mítico de los cielos, ni mucho menos de una historia universal a través de congojas y arquetipos paganos. Si de algún sufrimiento se puede hablar, es en torno a la prevalencia de una telúrica latente, impredecible y subyacente, que hace del suelo entierrado el cielo invertido. Más que sostener una memoria del cielo, Rostro de Chile se sostiene sobre una memoria de piedra que, en la voz de Mistral, otorga cualidades al país: 16. GUZMAN, “Conversación sobre este Autorretrato de Chile”, en Autorretrato de Chile , Ibid., p. 14. La piedra forma el respaldo de la chilenidad; ella y no un tapiz de hierba sostiene nuestros pies.17 Esta corteza que creció bajo los pies fue cargada sobre los hombros de un grupo de fotógrafos que decidieron embarcarse en una travesía tectónica del registro y la huella, para finalmente escarbar en las capas de unos sedimentos sin Historia. Decidieron, entonces, exhibir las imágenes que emergieron sobre la piedra, así como las condiciones en que lo vegetal, lo mineral y lo humano se entrecruzaron; como si estuvieran acariciando los troncos, los cerros y los lagos que cargan indolentes a pesar del sufrimiento que ello causa. 17. MISTRAL, “Chile y la piedra”, Ibid., p. 30.

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