Rostro de Chile: reencuentro con la exposición original de 1960
204 / 205 tantas veces, maravillado. Me entusiasma pensar que ese mismo encantamiento embargará a niños y niñas (y jóvenes y adultos) al ir descubriendo este otro libro de otra gran colección de fotografías que aquí presentamos. La virtud de la fotografía para hacernos vivir como real lo que despliega a nuestra mirada es única. A diferencia de Magritte, quien nos advierte que una pipa que se muestra en un cuadro no es una pipa, al ver una fotografía de una pipa uno tendería más bien a escribir “esto es una pipa”. Y es de ese modo que esta colección de fotografías nos hace sentir tan intensamente la realidad del Chile de 1960, y transforma la vivencia de reencontrarnos con ese Chile más de sesenta años después. Imagen y memoria se conjugan al revivir la exposición Rostro de Chile, es tremendamente inquietante, pues, sin duda se trata de un punto de partida. Y posiblemente esa condición de origen de una trayectoria, de fundamento de una nueva época, se hace evidente no solo para quienes estuvimos allí. La capacidad de la fotografía de devolvernos momentos pasados en todo su realismo es recogida por Cortázar en uno de sus cuentos más celebrados, Las babas del diablo (y a partir de él, por Antonioni en Blow-Up ). El protagonista del relato es un fotógrafo chileno y, dicho sea de paso, la nacionalidad no es casual dada la amistad entre Julio Cortázar y Sergio Larraín. Al contemplar una gran ampliación de una fotografía recientemente captada en un parque, el fotógrafo descubre que en ella se configura un atentado que está por ocurrirle a un joven. El fotógrafo logra en la ampliación de su toma introducirse en ella e intervenir para que ese drama no suceda y se libere el personaje amenazado. Uno quisiera hacer lo propio con ese Chile de 1960. Que la historia que está por desenvolverse no desemboque en un golpe de Estado y consecuente dictadura. Pero eso no es posible. Los historiadores saben que la historia estudia lo que sucedió, no lo que hubiera sucedido si eso no hubiera sucedido. Pero, de todas maneras, hay algo visceral que nos llega al mirar el Chile de 1960 desde el Chile de 2022. La perspectiva desde este momento que vive el país nos permite, precisamente, un reencuentro que nos sorprende y nos anima. Quizás descubramos en retrospectiva un camino que no supimos o no pudimos recorrer alertados por la elocuencia de cada una de estas fotografías.
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