Comunidad y América Latina: avances decolonizadores
69 detenido nada, no se ha perdido nada. Si comprendemos la violencia (guerras, revoluciones, matanzas) como sinónimo de obras y producciones, comprenderemos entonces que el bienestar construido por la modernidad se sustenta en la sangre vertida por el conjunto de individuos que buscan identificarse con esa comunidad. Lo anterior es sólo asociación, fusión, colectivo, simplemente una razón utilitaria. Así, lo propuesto por Nancy (2001), “La comunidad desobrada” deconstruye (desmantela) el concepto de comunidad para proponerlo desde la “desobra”, desde lo que no produce nada para que aflore lo indudable (es un deseo) que ex - istimos con otros. (…) esta comunidad está ahí para asumir esta imposibilidad, o más exactamente –pues no hay aquí ni función ni finalidad– la imposibilidad de hacer obra de la muerte, y de obrar como la muerte, se inscribe y se asume como ‘comunidad (Nancy, 2001, p. 35). Es justamente en la muerte, en la comunidad desobrada, cuando recuperamos la capacidad de reconocernos en el otro. Es esta capacidad entonces, la que nos permite darnos cuenta que: “la comunidad es el régimen ontológico singular en el que lo otro y lo mismo son semejante: es decir, la partición de la identidad” (Nancy, 2000, p. 44). Es aquí entonces donde la pregunta ¿Y nuestros muertos? Los muertos desde la conquista, La República, La Nación. ¿Dónde están? Los buscamos en la historiografía hispanoamericana bajo un ¿Rótulo?, ¿Un número?, ¿Una estadística?, ¿Un cuadro?, ¿Una fotografía?, ¿Un film? Nos los muestran arrumbados o alineados bajo cruces sin nombre.
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