Comunidad y América Latina: avances decolonizadores

68 Porque lo que permitió la existencia del nazismo fue una lógica que se apoyó en el terror y en la ideología, entendida esta última como “Idea” a llevarse a cabo y cuyo cumplimiento no puede ser puesto en duda (total) pues explicaría la historia (inexorable) como “un proceso único y coherente”. (Lacoue-Labarthe y Nancy, 2002, p. 20). Así, toda ideología contendría elementos totalitarios. Aquí lo central es no perder de vista que la violencia siempre significará el trastorno de la vida junto a otros. Un ejemplo de ello es el siguiente relato de una de las mayores matanzas del siglo XX. Claro, no sucedió en la centralidad europea, tal vez por eso su olvido. La matanza de Ruanda (1994). Lo que sí está claro es que durante cien días se mató a sangre fría y de las formas más impensables y execrables que existen. Así, al menos, lo relatan algunos testigos y supervivientes del holocausto, cuyos testimonios se recogen en investigaciones y entrevistas en las que detallan los procedimientos y herramientas más habituales a la hora de asesinar (Rodríguez, 2017 p. 709). Más allá de entrar en describir el espectáculo de la violencia lo que interesa es remarcar como el con-vivir con otros a partir de circunstancias (históricas, políticas, económicas, raciales, religiosas, etc.) se vuelve in-soportable. Aquí el nudo a resolver. ¿Por qué? O, dicho de otra manera, ¿Cuál es el motor que aquello que nos une se rompe para resaltar la diferencia y de esta manera propiciar el sentimiento de ajeno y por ello de indiferente a su dolor, a su desaparición? Para acortar camino en este punto podríamos citar a Nancy (2001) y su “comunidad desobrada” para desde allí apelar a nuestra condición de mortales, irrepetibles, pues a partir de esta condición seríamos capaces de valorar las vidas que merecen reconocimiento y memoria rompiendo con ello la lógica de reemplazo que introduce la producción (lo económico, lo político) despojando a esas vidas de reconocimiento y memoria pues, no se ha