Comunidad y América Latina: avances decolonizadores

348 Estudios señalan que muchos de quienes participan en la primera línea de enfrentamiento con la policía en las movilizaciones callejeras provienen del Servicio Nacional de Menores, SENAME, chicos pobres, distanciados de sus padres, habitantes de hogares de menores, la gran mayoría violentados por el sistema, llamados “niños institucionalizados" (Núcleo Sociología Contingente, 2019). Ellos son parte de la revuelta social, luchando codo a codo con feministas, estudiantes, obreros, empleados, personas de tercera edad; es decir, estos niños y adolescentes, desde su particular punto de vista, comparten la misma situación que viven otros sectores de la comunidad nacional; se produce allí, en la calle, una comunidad simbólica importante. Se ha producido en el estallido social un nuevo ethos que caracteriza a diferentes grupos: ser objeto del mismo abuso, de explotación, de humillación, de marginación, de burlas; en síntesis: el ethos de los oprimidos. Es así como, fruto de esta injusticia, la reacción se expresa en una acción social amplia, que fortalece las recientes acciones feministas, indigenistas, medioambientalistas y de otras comunidades en defensa de los territorios, elaborándose un nuevo diseño social — algunos dirían un “nuevo Chile"—, expresándose en la vida local, en el barrio, en la población profunda de nuestra sociedad. De manera que el conflicto de la revuelta popular no solo se desarrolla entre trabajadores y el Estado, sino principalmente entre oprimidos y opresores, entre un pueblo que se conforma y las familias y entelequias dueñas del país, que concentran la propiedad y que son protegidas por el Estado (Virno, 2003), y que no entienden quiénes son estos seres unidos en sus luchas. Procesos en la base del estallido social

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