Comunidad y América Latina: avances decolonizadores

163 campesinas describiéndolas como culturas poco evolucionadas, ubicándolas en las etapas primarias de la evolución, todavía atrasadas, primitivas en el escalafón del desarrollo, incluso calificándolas de salvajes. Indicando también, que estas culturas no científicas no explican la realidad, sino más bien la interpretan desde la hechicería, desde la brujería, atribuyendo a los fenómenos naturales, explicaciones vinculadas a los espíritus y, a dioses paganos, cayendo en muchas de sus ceremonias en ritos demoniacos, o de un carácter caníbal, demostrando de esta manera su salvajismo, su carácter fantasioso y, lo que interesa, su poca eficacia en el manejo de la realidad. Habría que agregar el desarrollo de una visión extremadamente negativa de las poblaciones que pertenecen a estas culturas, particularmente la indígena, indicándolas como poco inteligentes, toscas, brutas, frágiles, físicas más que intelectuales, no trabajadoras, holgazanas y como señalábamos, supersticiosas. Con todo ese andamiaje de desmontaje, el objetivo es destruir, acusar, deslegitimar, aniquilar o en el mejor de los casos negar todo aquello que represente una visión alternativa a la mirada republicana y moderna de la sociedad. Muchos ejemplos se podrían señalar, pero valga citar al historiador Jorge Baradit (2017) sobre la pretensión de la elite en el Chile del siglo XIX era “(…) acercar la ciencia a la gente para que buscara en ella la explicación a las cosas y no la superstición. Que los fenómenos del cielo los revelara la astronomía y no los mitos; que las lluvias y las heladas las estudiaran los meteorólogos y no los brujos, que las enfermedades las curaran los médicos y no los chamanes; que los males se solucionaran con ciencia y tecnología, no con misas y diezmos a las iglesias” (p. 36).

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