Comunidad y América Latina: avances decolonizadores

102 competencia que es al mismo tiempo una suerte de cooperación, de modo que se desarrolla una cadena de relaciones que configuran un círculo virtuoso que permite la vida en base a un engranaje que se alimenta así mismo. En este sistema se imbrican las plantas, los animales, las aves, los árboles, los insectos y todo tipo de existencia, que incluye igualmente el territorio y el clima, de modo que resulta un todo alimentado recíprocamente por cada individuo y por el todo al mismo tiempo. Pero, esta visión que nos habla de la maravilla que es el fenómeno de la selva, no es la interpretación que hace el mundo urbano. Para este, la selva es un lugar de máximo peligro, por cuanto este tiene la capacidad de eliminar al ser humano y ser digerido complemente por cualquiera de sus sistemas. Se la señala como aquel espacio caracterizado por el caos, el desorden, por lo irregular, procesos que escapan al manejo del ser humano, de manera que este, frente a la selva queda desvalido y pasa a ser una entidad muy frágil y fácil de ser consumida. Además, su apreciación es que la selva es un espacio, cuya ley principal es la sobrevivencia en base a la muerte del otro. En el cual el triunfo, se debe al espécimen más fuerte y con más recursos de exterminación de los demás. En ese sentido la selva es sinónimo de muerte y no de vida, para el mundo urbano. Todos estos argumentos son constantemente alimentados en la sociedad mediante los medios que entregan información desde la TV hasta el sistema educativo, los cuales en su mayoría acusan a la selva como un espacio indeseable, peligroso, potencialmente asociado a la muerte y a la destrucción. Este imaginario, permite la justificación de la eliminación de la selva, configurándose el argumento que la selva no es parte de la evolución del ser humano y que lo correcto es su desaparición. Probablemente este es el justificativo a la base del planteamiento del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, cuando

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