Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

62 irritante del tag , el grafiti interactúa con los paisajes urbanos, redefiniendo la textualidad de éstos. Es a través de estas acciones en la dimensión visual del ecosistema de la ciudad (sus paisajes constituyentes) que el grafiti actúa en su trama territorial. La presencia del grafiti cuestiona los territorios en los que anida. No solamente ataca la regulación jurídica (invade la propiedad ajena), sino que también transfigura la identidad territorial. La fachada de la casa donde vive la vecina más querida del barrio, el monumento del prócer nacional que nació en la zona, el mobiliario urbano diseñado para sintonizar la identidad barrial, la parada del transporte público que todos habitan día tras día, hasta los árboles y las esquinas que usamos como referencia para orientar a los “ extranjeros ” en el barrio, pierden su familiaridad para transformarse en superficies marcadas (talladas, dibujadas, escritas y pintadas) por el grafiti. Los murales, las imágenes, las grafías pictóricas, las leyendas y los tags ocupan la materialidad urbana de tal manera que se imponen en la matriz de reconocimiento barrial. La fachada de la casa de la vecina, el monumento, el mobiliario urbano, la parada, los árboles y las esquinas pasan a ser identificables por los grafitis que los colonizan. De esta manera, la interacción de los grafitis con los territorios en los que se ubican tiene consecuencias simbólicas y sociales. El grafiti los abre a otras identidades (que no son las institucionalizadas). Las subjetividades fantasmales de los grafitis (y no tanto las subjetividades de los grafiteros) favorecen la aparición (y reconocimiento) de territorialidades diferenciales. Así el grafiti cumple con una de las dimensiones fundamentales de la marginalidad: está más allá de lo debido, de lo deseado y de lo permitido. Si bien en muchas ciudades la práctica del grafiti ha sido reprimida consistentemente (debido a su carácter transgresor y marginal), hay otras ciudades que la han identificado con la cultura juvenil urbana (y a veces, también popular), y la han integrado en sus políticas de desarrollo social. En este último caso, las iniciativas son muchas y diversas: desde concursos para grafiteros, al establecimiento de zonas libres para grafitear (lo que traiciona la condición subversiva del grafiti), e incluso la comercialización mediante tours turísticos por la ciudad grafiteada. La prohibición (y eliminación) de los grafitis implica la negación de subjetividades más allá de los parámetros admitidos, y su integración a las políticas culturales no es más que la normalización de subjetividades cuya identidad es la del margen. Apropiarse de la práctica grafitera para las políticas de desarrollo social implica diluir y desactivar subjetividades diferenciales. Esta es una acción política de domesticación, que sustrae del grafiti algunas de

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=