Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

61 Un grafiti es una marca realizada en una superficie accesible a la mirada de muchos. Esta marca puede constituirse como grafía (formas escriturales que van desde la firma hasta complejas leyendas reflexivas), como imagen, o como una combinación de ambos (es el caso de las piezas bomba o de la mayoría de los grafitis realizados con esténcil), y siempre está ubicada en sitios ajenos. Es decir, no cualquier marca en una superficie pública es un grafiti. Para serlo, esa marca debe transgredir territorios. La marginalidad y el anonimato son condiciones tan cruciales para el grafiti, como su espectacularidad (está para ser visto) (Silva, 1987). Esta última condición es fundamental para entender la acción del grafiti en la visualidad urbana, en particular en las fronteras liminales de los paisajes de la ciudad. Las características visuales del grafiti y sus tipologías textuales son muy diversas (Danta, 2013; Epstein, 2007; Gandara, 2010). En un ejercicio ingente de síntesis, podemos identificar cinco variedades formales: la firma (puede adquirir la forma de rúbrica solitaria – tag -, o acompañar una leyenda o una imagen); la leyenda (consiste en frases breves que ofrecen reflexiones o críticas, de carácter filosófico, social o político); la grafía pictórica (más conocida como bomba o pieza hip hop , donde la letra adquiere una potencia plástica cercana a los lenguajes del diseño gráfico y el arte); la imagen (reúne un número limitado de signos visuales y puede ser acompañada de palabras o frases); el mural (imágenes de gran porte muy cercanas al arte y a la estética decorativa). Esta breve clasificación simplifica la riqueza de las expresiones grafiteras, pero es útil para describir los estereotipos visuales de la textualidad del grafiti e identificar su relación con los paisajes urbanos. El grafiti no puede ignorarse, está allí ocupando superficies que le son ajenas, y por ello, representa una transgresión al orden visual de los paisajes urbanos (y a través de ellos, a la trama territorial de la ciudad). Ahí radica su espectacularidad. Está para ser visto, en lugares donde no debería aparecer. Por eso, es imposible no verlo. Su condición es ostensiva por definición: en tanto marca invasora, la presencia del grafiti concita la atención de todo aquel que esté en su horizonte de exhibición. Cuando el grafiti se textualiza como mural o como pieza bomba se vuelve epicentro de la mirada del transeúnte y del habitante, articulando el paisaje urbano en torno suyo. Cuando el grafiti adquiere la forma de leyenda o de imagen reflexiva se entromete en los paisajes haciendo de las superficies de la ciudad un espacio de lectura e ingenio (la imagen se vuelve escritura). Y finalmente, cuando el grafiti se manifiesta como firma, especialmente bajo la forma del tag , invade los paisajes citadinos, a modo de contaminación visual. Desde la apropiación del protagonismo visual del mural y la pieza bomba, hasta la colonización

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