Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos
58 como el nicho privilegiado de las subjetividades normalizadas. Es decir, la subjetividad es una manera de ser-en-el-mundo (en el sentido de Martin Heidegger, 1994), y la ciudad es un escenario donde estar (y ser). Si la subjetividad es un texto significante, la ciudad es un contexto donde significar y ser significado. Ese contexto está organizado en zonas territorializadas (mi casa, la plaza, el barrio, el municipio, las avenidas, los centros comerciales, las trayectorias del transporte público, la rutas) y en zonas desterritorializadas (los baldíos, los trayectos idiosincrásicos que definimos al recorrer la ciudad, las rutas creativas del flâneur, las zonas desconocidas). Un territorio no es solo un trozo de materialidad física espacial; es esencialmente una semiosis sujeta a regulación y administración. Es una superficie sometida a límites y reconocida con identidad propia (jurídica, económica, social o cultural) (Folch y Bru, 2017). El territorio conlleva prácticas predefinidas y acoge solo cierto tipo de ser y hacer en él (las habitabilidades posibles están también normativizadas). Entendido de esta manera, el territorio es un texto más o menos fijo, que ordena nuestros desplazamientos y nuestros modos de estar, según una trama de espacios conocidos (normativos y normativizados) y espacios diferenciales. Concebimos como diferencial a toda aquella ocurrencia (texto, contexto, espacio, habitabilidad y subjetividad) que está más allá de los parámetros de lo sancionado social, cultural y políticamente. Por lo tanto, lo diferencial asume la condición de un otro que revela que lo conocido y esperado no agota las posibilidades de lo real. En ese sentido, lo diferencial es una semiosis alterna (y a veces, alternativa) cuya sola presencia pone en crisis la naturalidad de lo regulado. La distinción entre las zonas territorializadas (los espacios conocidos) y las zonas desterritorializadas (los espacios diferenciales) no está marcada solamente por la propiedad, sino por su capacidad de acoger mi subjetividad. En los territorios urbanos se me solicita actuar según papeles socialmente predefinidos (ligados a las identidades admitidas en esos territorios). En ellos solo puedo negociar con otros dotados de autoridad (municipal, social, y cultural). En aquellas zonas donde los territorios parecen diluirse, en cambio, puedo negociar también conmigo mismo, e ir más allá de los límites permitidos socialmente. Después de todo, “ nadie me conoce ” . Estas zonas “ liberadas ” pueden considerarse zonas desterritorializadas o también territorios blandos, donde las identidades pueden volverse fluctuantes y plásticas, sin temor a la disolución o a la esquizofrenia social. Ahora, si estos espacios urbanos, tanto los territorios
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