Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

42 Los personajes actúan y dialogan representando acciones imaginadas, creadas para el efecto representacional, atribuibles de sentido y verdad para la experiencia teatral, esto es, una situación concreta de actos de lenguaje y acciones que existen solo en lo representado, incluso cuando incluyen al público, en la medida que este último tomará parte de esta situación imaginada. La confusión, me parece, emerge, porque formal y modalmente, la representación escénica es encarnada, pero no por ello deja de ser representación. Por supuesto, los actos de habla y a las acciones de los personajes no pueden atribuírsele ni a quien escribe ni a quien dirige, sino que son propios de los personajes, que son una función constituida dentro de la situación enunciativa específica: la teatral, esto es, una situación construida para la representación de acciones. Los personajes dependen, entonces, del mundo representacional, donde por cierto todos los hablantes se instalan en el mismo plano (por ejemplo, no se da el fenómeno de la narrativa, donde hay un narrador que a través de frases narrativo-descriptivas levanta el mundo relatado). Las palabras y acciones de los personajes son, valga la redundancia, palabras y acciones que no tienen – ni requieren – condición de verdad empírica, pueden reproducir, representacionalmente, dichas condiciones, pero sin ser tales. No es pertinente ni necesario pensar en ellas como verdaderas o falsas en sus efectos sobre el mundo material, su existencia (porque existen) no está sujeta a referenciar ni describir ni designar hechos, objetos ni fenómenos del mundo material empírico. Hasta ahora, cuando un personaje muere en escena, nadie en el público, por ejemplo, llama a la policía ni a una ambulancia. Pero (y esto es importante) tampoco exige que se haga justicia según la ley del universo representado; quiero decir: no sería una mala performance, al final de El burlador de Sevilla (Guglielmi, 1980), levantarse del público y solicitar el código penal de los Austrias, administrado seguramente por el Conde Duque de Olivares, para saber cuáles son las penas que merecen los otros pecadores que aparecen en la obra. No sería en absoluto mala performance, pero sí sería impertinente. Literalmente impertinente, pues la mentada performance, no sería oportuna: no pertenece a la situación de enunciación. Las acciones teatrales, todas, incluyendo los diálogos de los personajes, no solo no tienen la obligación de dar condiciones de verdad empírica, sino que no las necesitan; de tal manera que para atribuir sentido a estas situaciones en el teatro solo se requiere de las acciones puestas en escena, no demandan otra cosa que a sí mismas y una cultura que

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