Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

41 uno ni otro están en una jerarquía superior frente al otro. La escritura de un texto dramático (y pongo este ejemplo por ser el más evidente, pues hay modos diversos de hacer dramaturgia) siempre se trata de un proceso que se articula a partir de una potencialidad escénica, de hecho, la historia misma del teatro es bastante aclaradora en este aspecto, sólo en casos de contextos sociales en que los espectáculos teatrales cayeron en desuso (por diversas razones) o por extrema represión, la escritura dramática se hace con miras a su escenificación. Incluso, lo que en algunos casos conocemos como textos canónicos, en el sentido de ser obras escriturales fijadas en relación a lo que un autor escribió, son dudosamente autorías de una sola persona. Durante el periodo conocido como isabelino, no solo el dramaturgo participaba de la creación de un texto, los actores también agregaban diálogos a una obra y, una vez vendido el texto a un editor, este era libre de participar de su escritura en vistas a su publicación. Esta es una de las razones por las que de algunas obras de Shakespeare tenemos versiones diferentes, todas firmadas por el mismo autor 5 , pero que poseen distinciones no menores, escenas más o menos completas o diálogos extensos que varían entre una copia y otra. En este sentido, los personajes son de singular valor, pues se trata de una construcción que la dramaturgia articula como un todo en valor de la escena y la acción dramática. Los personajes no son literatura, pero no necesariamente están librados a sus decisiones ni mucho menos por una esencia soberana de ellos mismos, por el contrario, diría que una de las razones de su existencia como función en una obra es precisamente dicha falta de soberanía. En un sugerente artículo, Mauricio Barría (2019) enuncia que “ la escritura dramática es finalmente palabras para ser dichas en voz alta o al menos a ser pronunciadas por un cuerpo parlante ” , y luego más adelante afirma que “ desde este punto de vista nos damos cuenta que la escritura teatral se nos aparece desde ya como un dispositivo transgenérico en cuanto a él concurren potencialmente elementos sonoros, espectaculares (visuales) y narrativos ” (p.157). La mirada que subyace en el texto de Barría es entender la especificidad del texto teatral, entendiéndolo como un dispositivo performativo y no como un aparato textual, incluso, piensa en abandonar el concepto de texto por el de escritura y, aunque creo que piensa la idea de texto en un sentido restringido – y tal vez también la de literatura – su propuesta tiene un extraordinario valor, en la medida que refiere al texto dramático como una forma particular de escribir y estructurar un espectáculo y, con ello, a los personajes. 5 Sobre quien, si somos capaces de separar el mito de los hechos, tenemos indudable certeza de que existió y escribió (en gran parte) las obras que le conocemos.

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