Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

35 El personaje como función: una lectura a la dramaturgia. César Farah Universidad de Chile Los personajes no son personas reales. La aseveración puede parecer redundante o, al menos, obvia. Sin embargo, una breve reflexión en torno a los procesos implicados en cómo leemos y, sobre todo, cómo nos comportamos respecto a la ficción de los personajes le da al enunciado – al menos – alguna validez o plausibilidad.. Me gustaría comentar que este trabajo emerge de mi propia experiencia creativa como dramaturgo y, a veces – forzosamente, todo hay que decirlo – como director. Ha sido la práctica a la que a menudo me enfrento, digamos, el ejercicio creativo en el que me he visto envuelto, lo que me condujo a articular las ideas que intentaré exponer aquí. Pensar, leer y ver, en el sentido de decodificar a los personajes de un discurso dramático creados para su puesta en escena, a menudo, me parece más la relación que se establece con una persona real (empírica) que con una creación artística, mucho más como si se tratara de un vecino o un colega que de una ficción creativa. La mayoría de los personajes dramatúrgicos han sido erigidos, precisamente, con el propósito de generar esa ilusión. Cabe señalar que no estoy refiriéndome únicamente al realismo (postura que intentó llevar dicha mímesis más allá de los propios límites que la construcción ficcional permite) sino a la gran mayoría de caracteres que pueblan la dramaturgia. Si bien el modo de construir aquella ilusión de verdad fue cambiando a través de los siglos, el intento de construir la apariencia en los personajes se sostiene en gran cantidad de obras. Incluso, en muchos casos donde los personajes no son humanos, siguen estando dotados de características centrales que los hacen parecer tales. Pensemos, por ejemplo en los personajes de carácter alegórico; aunque, en efecto, no se trata de la mímesis de seres humanos, su construcción sígnica los hace emerger como si se tratara de tales. El dios de El juego de Adán (Guglielmi, 1980) no es diferente, – en el modo de hablar ni en el modo de manifestar sus intenciones, interés, incluso en la performance de su lenguaje – respecto de Adán, de Eva e, incluso, del diablo y, a menudo, se parece más a un padre conservador y castigador que a otra figura, de hecho, es reconocible como un sujeto humano; precisamente, podría leerse la obra, por su carácter simbólico a la par que pedagógico y legitimador de una interpretación de la religiosidad, como un intento de manifestar el rol paternal de dios y, desde ese punto de vista, administrar las acciones y

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