Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

31 Pedro Lemebel, figura cumbre de los discursos heterotopológicos, fundó espacios umbrales entre barrios ajenos a la modernidad cosmética de la posdictadura. Casi en el mismo tiempo, Mauricio Redolés o Cecilia Vicuña escribieron la ciudad del exilio externo e interno, al decir de Enrique Lihn, removiendo los pliegues de una ciudad sitiada por el poder, la violencia y la pobreza. Esa ciudad de la dictadura fue experimentada desde la periferia, a partir de movimientos y acciones colectivas, muchas de ellas cobijadas en centros culturales u organismos muy precarios en su financiación. Los umbrales de los que nos habla Stavros Stavrides (2016) representan espacios mediadores del tiempo y las subjetividades que sienten e imaginan a través de ellas. La vida adquiere sentido en la medida que se transan pequeños o grandes ritos de pasaje, espacios de transición o de cambio. Muchas veces estas experiencias ocurren de manera espontánea, producto del intercambio social. Los umbrales vendrían a ser algo parecido a la idea de frontera de la que nos hablaba Iuri Lotman en La semiosfera (1996). En esa visión antropológica de la semiótica, frontera quiere decir lugar de paso, tránsito, y en ningún caso un hito que divida o separe. Una frontera disuelve los límites que demarcan el centro en relación a la periferia, porque en el tráfico de discursos y prácticas emergen múltiples procesos de traducción-interpretación. A tal punto que aquello menos semiótico pasa a representar el lugar de otra semiótica, desconocida o no validad, aún, por otro espacio. La misma idea es defendida por Marc Augé (2007) cuando discute las implicancias sociales, políticas y morales de la movilidad, problemas observados desde el pensamiento democrático. La ciudad de umbrales o de tránsitos liminares es hoy en día la ciudad de los jóvenes bailando k-pop en el GAM, o de las personas que también bailan después de la jornada laboral en la vereda de enfrente. Como ritos de pasaje que marcan transiciones de identidad, barrios como Yungay o Franklin median espacios temporales en los que la alteridad destella como rasgo identificable en una superposición de voces, de prácticas y sabores. En la medida que la ciudad de Santiago avanza desde la imagen poetizada del exilio a la de las construcciones espacio-temporales del presente, gana en teatralidad porque lo que ahora predomina son gestos de reconocimiento y acercamiento mutuo. La teatralidad, las teatralidades, miradas desde la perspectiva de Barthes (1993) son precisamente eso: la expresión viva de aquello que supera los márgenes de un lenguaje articulado, la acción que entreteje espacios de sentido donde el diálogo se carga de un poder eminentemente corporal. La idea de limen o umbral, que ya había usado Arnold van Gennep antes que Victor Turner, define las fronteras como zonas de valores negociables. Así, lo que para Sennett

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