Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

26 Tal como dice Barthes (1993), entre los urbanistas propiamente dichos no se habla casi de significación: el único nombre que emerge, con justicia, es el del estadounidense Kewin Lynch (2008), que parece estar más cerca que nadie de estos problemas de semántica urbana, en la medida en que se ha preocupado de pensar la ciudad en los términos mismos de la conciencia que la percibe, es decir, encontrar la imagen de la ciudad en los lectores de esa ciudad. Si la ciudad es un discurso, y este discurso es verdaderamente un lenguaje, entonces la ciudad habla a sus habitantes: “ nosotros hablamos a nuestra ciudad, la ciudad en la que encontramos, sólo con habitarla, recorrerla, mirarla ” (Barthes, 1993, pp. 260-261). Y esa imagen de la ciudad va cambiando en la medida que nuestros recorridos descubren el paso del tiempo, casi siempre acostumbrado a modificar el entorno que, según recordamos, nos vuelve nostálgicos frente a la casa que recién ayer vimos por última vez (como Borges observando la casa de Beatriz Viterbo en “ El Aleph ” ), pero donde hoy existe un enorme abismo desde el cual emergerá, en apenas un par de meses, un nuevo edificio. Muchos almacenes de barrio, antiguos emporios atendidos por sus propios dueños, hoy son farmacias de cadenas internacionales, pero que aún conservan la fisonomía de un comercio a baja escala. La moda contemporánea de escenificar el pasado de estos negocios familiares – nombrados, en algunos casos, como emporios- tiende a estetizar un pasado que muchos de nosotros vivimos como experiencia de una infancia democrática en un pasado dictatorial. Compartíamos y jugábamos en la calle; leíamos y compartíamos la bicicleta entre los innumerables niños de la cuadra, y hasta de la manzana, en algunos casos, porque hacíamos de la limitación una fiesta colectiva. Éramos muy delgados no sólo por la ausencia de comida, sino también porque caminábamos mucho para visitar a otros amigos, para escuchar música o ver televisión. Por lo mismo nuestra percepción de la ciudad, y más precisamente de la idea de barrio, se distancia significativamente en relación al punto de vista de los habitantes más jóvenes, muchos de ellos habituados a desconfiar de las relaciones sociales presenciales. La dimensión simbólica y erótica de la ciudad, en la perspectiva barthesiana que estamos siguiendo, hace que los significados se conviertan en significantes de otra cosa. Los significantes, verdaderas huellas materiales, permanecen; pero los significados cambian. Un emporio hoy en día es una tienda boutique, generalmente ubicada en un barrio encarecido para habitantes jóvenes y desempleados, pero siempre accesible para burgueses jubilados o habitantes de otros barrios, generalmente privados, que buscan en estos sectores una segunda vivienda que a veces ocupan como una oficina, o bien la ceden a sus hijos o nietos que

RkJQdWJsaXNoZXIy Mzc3MTg=