Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos

16 práctica reconocida bajo la metáfora del “ gatillo fácil ” . En ambos casos el miedo cumple una función diferente y culturalmente significativa que se relaciona con presupuestos económicos (el trabajo, las ganancias, el bienestar del grupo), con la idea de justicia (nunca igual para unos y otros), las oportunidades que se dan en la vida de los sujetos , incluidos atributos personales semiotizados en el cuerpo como el color de piel, el acento o la ropa, la distinción territorial -entre ciudad y campo, barrios cerrados, villas, barrios pobres, periferias que se resignifican de modos diferentes-, como también las conductas, las formas de transmisión de la información por los medios de comunicación, la educación formal, etc. Entonces el miedo es una realidad de la experiencia (generalmente de una experiencia traumática) pero es también, construcción de sentimientos e imaginarios, una operación de multiplicación de lo real, no siempre vivida individualmente, cuya genealogía y cuya ideología muestran los límites del modelo cultural. Es una experiencia de umbrales o de fronteras para decirlo con Lotman. Y este límite tiene que ver “ con la supervivencia física, social y cultural en todos sus ordenes ” (León, 2011, p. 192). Las cosas y las personas no provocan miedo de por sí, necesitan devenir-miedo y lo devienen al ser percibidas de una determinada manera por un grupo de sujetos. La lógica de la emoción y la lógica del orden social funcionan como estrategia de dominación, como forma de control en su aspecto material y simbólico, acentuando muchas veces las formas del racismo, el clasismo y las violencias sistemáticas sobre un segmento vulnerable de la sociedad que se demoniza. El “algo habrán hecho” que justificó muertes y desapariciones durante la dictadura argentina entre 1975 y 1983, sirve ahora para catalogar a los pobres (sobre todo mujeres y jóvenes), a los travestís, a las prostitutas, a los sin techo, a los desplazados en general. Es decir, aquellos que exhiben en su piel el fracaso social para atender sus necesidades y sus diferencias. Estos sujetos habitan semiosferas distintas, subsistemas culturales que hacen ruido (en el sentido comunicacional) cuando se tocan. No hay mundo compartido sino diferenciado y las fronteras territoriales pretenden ser excluyentes porque son poco permeables. En esa frontera los sistemas de traducciones, lenguajes comunes o diálogos posibles son difíciles porque prima la violencia, la diferenciación por clases, la injusticia y los roles estereotipados: ser morocho es ser pobre; vivir en la villa es ser drogadicto, ladrón o mal viviente; ser venezolano es ser chavista (en un sentido negativo); ser mujer y pobre es estar condenada a la

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