Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos
159 dialoga con la definición de cultura que plantea C. Geertz (1998) como una estructura convencional de significación; y asimismo con la caracterización de U. Eco (2005) como un fenómeno de comunicación basado en sistemas de significación. Considerando estas delimitaciones sobre la cultura, de los diferentes horizontes de traducción planteados por los autores (Cid Jurado, 2007; Eco, 2008; Jakobson, 1959; Torop, 2002), si aceptamos que en los fenómenos culturales la relación entre objetos implica vínculos no necesariamente lingüísticos; y además se reconoce el carácter dinámico y vinculante de los sistemas de significación (Torop, 2002); entonces, resulta pertinente reconocer la traducción intrasemiótica e intersemiótica como niveles relevantes en el estudio de la comunicación y traducción entre culturas. La primera categoría, evidencia los procesos internos de traducción en donde, dentro de un mismo sistema, la traducción entre textos y objetos implica la adecuación y cambio de sustancia-expresión (por ejemplo, en los sistemas de la arquitectura, la relación a escala entre el modelo-maqueta y el edificio construido). Mientras que, la segunda, conlleva un proceso más complejo: pues no sólo comprehende el cambio-adecuación de sustancia expresiva (materia), sino que, además, obliga operaciones de equivalencia entre formas (tanto de la expresión como del contenido) para propiciar una adecuación del contenido (por ejemplo, la adaptación de una escena o situación de la novela al discurso cinematográfico). La adecuación del contenido, en tanto objetivo de la traducción, nos lleva a una afirmación teórica: la relación entre interpretantes dispuestos por diferentes sistemas semióticos es consecuencia de las operaciones de reconocimiento de funciones isomórficas y homomórficas entre formas/sustancias. El reconocimiento implica la actividad cognitiva del intérprete que, en tanto entidad empírica, realiza una interpretación del texto semiótico en un tiempo y espacio específicos. De ahí que, la equivalencia entre interpretantes permite dos operaciones interpretativas relevantes: por un lado, la conciencia de un mundo externo determinado por los códigos de una cultura (propia o ajena); por otro, la autoconciencia y el autoreconocimiento del intérprete en la observación e inferencia de unidades culturales (propias-ajenas). De ahí que, “ una traducción no concierne sólo a un trasvase entre dos lenguas, sino entre dos culturas, o dos enciclopedias. Un traductor no debe tener en cuenta sólo reglas estrictamente lingüísticas, sino también elementos culturales en el más amplio sentido del término ” (Eco, 2008, p. 208).
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