Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos
128 a pesar de los perjuicios que le generan. Entendida como una fuente general de lo plausible y lo verosímil, concerniente a la dimensión de la terceridad, la legitimidad es la instancia semiótica que delimita lo verosímil dentro en un marco indeterminado de posibilidades (o primeridad), otorgándole una preferencia generalizada (Andacht, 1992, p.151). En Uruguay, el país de las medianías (Real de Azúa, 1964), donde la sociedad amortigua sus conflictos, los signos de consenso alcanzan mayor estabilidad, aunque nunca definitivos. En esta “ persuasión de lo plausible ” (Andacht, 1992, p.14) cobra sentido esa atmósfera colectiva imaginaria que impulsa y sirve de fundamento o guía para la acción, sin necesidad de explicaciones ulteriores. Pero al mismo tiempo, el imaginario no clausura la semiosis. Al interior del imaginario social, los signos crecen y se desarrollan entre la continuidad y la ruptura. Esto significa, por un lado, que el nivel instituido no explica la totalidad del imaginario social, y por otro, que el elemento simbólico no es su único componente sígnico. Como se señaló antes, y como ya anotaba Castoriadis (1998), el imaginario también posee una potencia creativa irreductible: el nivel instituyente del imaginario social, la dimensión poiética que habilita procesos de transformación. Regida por el orden de la primeridad — dominio de la pura cualidad, que contiene la posibilidad de la ocurrencia — , el ícono es la clase sígica perceana que por las características de su funcionamiento más se adecua a ese rol inventivo que anida en la imaginación social. Las cualidades mediante las que el ícono representa al objeto no suponen una identidad perfecta entre ellos aunque eventualmente el ícono puede ser confundido con su objeto. Como ejemplo, Peirce habla del estado absorto que puede generar la contemplación de una pintura: “ hay un momento en el que perdemos la conciencia de que no es la cosa, la distinción entre lo real y la copia desaparece y por el momento es un puro sueño ” (CP 3.362, cursivas agregadas). A partir del establecimiento de relaciones de semejanza con su objeto, el signo icónico es capaz de descubrir y convocar nuevas asociaciones en la conciencia, y así se abre hacia la imaginación creadora: “ una gran propiedad diferencial del ícono es que, mediante su observación directa, pueden descubrirse propiedades de su objeto diferentes de las estrictamente necesarias para su construcción ” (CP 2.279). Por su proximidad con la fantasía y la ensoñación, lo icónico es constitutivo del imaginario social instituyente, aquello que explica “ el salto, lo inesperado, lo discontinuo ” en la trama histórica de una sociedad (Castoriadis, 1998, p. 310). El conflicto por las pasteras: cortes icónicos, indiciales y simbólicos
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