Estudios y reflexiones desde entornos latinoamericanos
127 comunidades imaginadas para referirse a este tipo particular de conexión: “ es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión ” (Anderson, 1983, p. 6). Así, las naciones modernas adquieren la capacidad de instituirse y de imaginarse a sí mismas como soberanas y limitadas, conscientes de su particularidad y de la existencia de otras semejantes. En síntesis, el imaginario social es esta textura simbólica que da cohesión interna a una sociedad, a una nación, y se cristaliza en instituciones cuya función estabilizadora consiste en mantener y reproducir el orden social establecido. De esta manera, modelan un entendimiento “ que hace posible prácticas comunes y un sentido de legitimidad ampliamente compartido ” (Taylor, 2002, p.106). Una vez instituidas e institucionalizadas tales representaciones existen socialmente como sistemas simbólicos sancionados. Estos consisten en atribuir a determinados símbolos (a determinados significantes) unos significados (representaciones, órdenes...) y en hacerlos valer como tales, es decir, hacer de este vínculo algo más o menos forzado para la sociedad o el grupo considerado. (Castoriadis, 1983, p. 201) También desde una perspectiva perceana, son signos simbólicos los que asumen un rol fundamental en la consolidación y estabilidad de ciertas representaciones. Vinculado al dominio de la terceridad, el símbolo está regido por una regla general de interpretación y dotado de mayor previsibilidad, acorde a su menor relación de dependencia respecto de las vicisitudes del objeto representado. Los símbolos sintetizan las interpretaciones más usuales que, por su carácter convencional, sirven al entendimiento habitual de la experiencia común de una sociedad. La relevancia de lo convencional en el proceso de semiosis, al mismo tiempo, se corresponde con la preeminencia que Peirce y Bajtín le otorgan a la idea de comunidad (semiótica). La actividad simbólica tiende a generar hábitos interpretativos y conformar un sustrato de legitimidad y consenso: estos sedimentos de sentidos no necesitan de justificaciones, pero, en su mudez, son lo suficientemente potentes como para convocar y justificar el esfuerzo común, para movilizar comunidades, tanto para mantener una larga medida de lucha, así como para sostener una posición diplomática que no cede a los reclamos
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